lunes, 29 de agosto de 2011

La Casa Polaca

Como ya se habrán dado cuenta, tengo una tendencia hacia lo étnico que cada tanto me lleva a probar especialidades de distintas culturas. Sin embargo, me sentía un poco en deuda con mis antepasados polacos. A pesar de no ser un gran fanático del chucrut (según dicen, el que prepara mi señora madre es anecdótico), y habiendo visto algunas fotos del lugar en Internet que describían lo más próximo al restaurante de un club barrial, junté coraje y decidí honrar a mis antepasados.
Lo primero que descubrí al llegar es que el restaurante se encuentra situado detrás de un hermoso edificio colonial que hace las veces de la Embajada de Polonia, el cual fue refaccionado hace un par de años. Como parte de esos arreglos, el restaurante pasó de estar en el subsuelo del edificio a un nuevo local construido en el patio posterior. El cambio, por lo que vi en las fotos del local anterior, fue radical y, para mi gusto, muy positivo, aggiornándose al nuevo público palermitano que debe comenzar a frecuentarlo con mayor asiduidad (no era el caso ya que tirábamos el promedio considerablemente hacia abajo). En este nuevo salón distribuido en L y vidriado en todo su frente predominan los tonos rojizos y blancos con algunos detalles que sobresalen como el piano situado junto a la barra (los fines de semana hay show en vivo) y las distintas fotografías y cuadros traídos desde su Polonia natal por Antos Yaskowiak, alma mater del restaurante que, al saludo de “Buenas y Santas”, nos acompaña hasta nuestra mesa y se encargará de cada detalle durante toda la velada.
La carta presenta una variedad de opciones que no esperaba encontrar, con diversas opciones de entradas frías y calientes y principales que incluyen tanto pastas como opciones de carnes y pescados. Mientras disfrutábamos de los panes negros con miel y nueces untados con un queso cremoso saborizado con mostaza, terminamos de inclinarnos por los piegori (una especie de ravioles con forma de semicírculos) de queso y papa con goulash y las costillas de cerdo  a la frambuesa con papas noissette. A pesar de que la carne del goulash estaba un tanto dura para mi gusto, los piegori estaban deliciosos sin exceso de aceite (quienes hayan probado los varénikes de Il Gran Caruso sabrán de qué les estoy hablando). Las costillas de cerdo estaban cortadas bien gruesas, como a mí me gusta para evitar que la carne no se seque, y la salsa de frambuesas se notaba que era casera sin ningún aditivo. Un manjar como pocas veces he probado. No habiendo quedado lo suficientemente pipones, y para seguir en la tónica de los frutos rojos, pedimos de postre un tarta de queso con pasas de uva (de tamaño más que generoso) con charlotte de frambuesas.  A pesar de que la “charlotte” era la misma salsa que acompañaba las costillas de cerdo, la combinación con el queso era excelente.
La carta de vinos queda un poco corta para la variedad de opciones que presenta la carta, aunque en un rango de precios razonable. Para acompañar la cena pedimos un Alta Vista Premium de 375 cc a $50 (la botella de 750 cc estaba $75).
La Casa Polaca resultó ser una grata sorpresa a $115 por persona (vale la pena aprovechar el 20% de descuento con Club La Nación) a la cual seguramente volveremos para seguir honrando las habilidades culinarias de mis antepasados.

La Casa Polaca
Jorge Luis Borges 2076
Teléfono: (011) 4899-0514

jueves, 18 de agosto de 2011

Social Paraíso

Creo (estoy convencido diría cualquier político en estos tiempos electorales) que una de las mejores formas de descubrir es aplicando la filosofía Lita de Lazzari (rememorando la máxima “Camine señora, camine”). Con la oferta gastronómica actual es prácticamente imposible estar al tanto de todas las novedades de este rubro tan dinámico. No tengo una estrategia muy definida, simplemente me dejo llevar por mi instinto que muchas veces funciona mejor que mi lógica. Este extraño comportamiento me ha llevado a deambular por Palermo y descubrir lugares como Social Paraíso, que desde el enorme ventanal que ocupa todo el frente despierta mi olfato intuitivo.
Una vez que el encargado del lugar nos abrió la puerta y franqueada la pregunta en clave “¿tienen reserva?” (no intenten ir un fin de semana a la noche sin reserva como lo hicimos nosotros en una ocasión previa porque casi que te terminan sugiriendo que ni siquiera vale la pena que te gastes esperando), pudimos confirmar el estilo simplista que le da el blanco predominante a todo el lugar y que permite que se destaquen algunos elementos (al estilo Caseros, pero en menor medida) como el mobiliario y, por sobre todas las cosas, la cocina detrás del mostrador de roble, atiborrada de gente (contamos por lo menos 5 personas en la cocina para no más de 40 cubiertos). Será por un tema de gustos, pero me dio la sensación de que lo único que desentonaba en toda esta escena era la música tropical que nos acompañó toda la noche, haciéndonos debatir en algún momento si lo de Social sería por el Club Buena Vista.
Una vez instalados en nuestra mesa junto al mostrador, lo primero que nos llamó fue la servicialidad y buena predisposición de los mozos (a pesar de que son solo dos, ambos estaban muy atentos a que no nos faltase nada). Esta preocupación por el servicio  combinada con la atención que evidentemente le ponen a la cocina (no por nada tienen 5 personas en la cocina para preparar todo en el momento) nos permita disfrutar de pequeños detalles como el aperitivo: una para mi sorpresa muy rica sopa de hinojo servida en un pocillo de café. Mientras disfrutábamos de esta deliciosa cortesía, me llamó bastante la atención encontrarme con una carta un tanto corta y, por sobre todo, una gran disparidad de precios entre las carnes y el resto de los platos (en algunos casos de casi el doble). La altura del mes en la que nos encontrábamos nos hizo optar por el risotto de limón y perejil con unos langostinos de un tamaño más que generoso, difíciles de encontrar incluso en restaurantes “di mare”. La otra elección fueron los sorrentinos rellenos de hongos con fondue de tomates y albahaca. Más allá de lo pretencioso del nombre (la salsa era simplemente salsa de tomates con albahaca), la pasta estaba un tanto falta de cocción.
La carta de vinos es coherente con el menú y presenta etiquetas más bien tradicionales, tales como Luigi Bosca, Trumpeter, Ricardo Santos y Nieto Senetiner, entre otras. Optamos por un Las Perdices Malbec 2010 a $63 (lo elegimos por la grata experiencia que habíamos tenido con el Cabernet Suavignon, pero notamos a este Malbec carente de la personalidad que tiene el Cabernet).
Casi abatidos, salteamos el postre y el café y fuimos directamente a los números: $90 por persona. Creo que la ecuación precio calidad termina siendo positiva aunque volvería sólo ante una renovación de la carta principal para darle una merecida segunda oportunidad.

Social Paraíso
Honduras 5182
Teléfono: (011) 4831-4556

miércoles, 10 de agosto de 2011

Café Rivas

Una noche de viernes de Julio cualquiera, inundados por el misticismo de época que nos abordó luego de una visita guiada al Palacio Barolo (un edificio increíble ubicado a mitad de camino entre el Congreso y la Casa Rosada y que ofrece una vista espectacular de la Plaza de Mayo de noche), decidimos que el mejor destino para continuar nuestra aventura era San Telmo. Luego de unas cuantas vueltas sin rumbo fijo y un tanto hastiados de las ofertas del estilo “cena + show de tango”, cuando estábamos al borde de darnos por vencidos, recaímos en la esquina de Estados Unidos y Balcarce, donde nos llamó la atención la calidez de la iluminación y el estilo que se podía apreciar de este pequeño (a mi gusto mal llamado) café.
Inaugurado hace apenas un año, Café Rivas combina un pequeño restaurante en su planta baja con un café concert ubicado en el primer piso. No tuvimos la oportunidad de conocer “Arriba de Rivas” (nombre original del café concert) donde según pudimos averiguar se presentan ocasionalmente artistas de la talla de Rita Cortese. Afortunadamente, parte del espíritu artístico permea al restaurante en donde desde el momento en el que uno ingresa al local se siente, como el personaje de Owen Wilson en Medianoche en París, transportado a la París de los años 20. Esta atmósfera se percibe en cada detalle de la ambientación del salón donde predomina la madera y los tonos pasteles que le aportan calidez durante el día e intimidad durante la noche. Sin lugar a dudas, el mejor para apreciar todo esto es desde las pocas mesas ubicadas en el balcón del entre piso, donde también se ubica la banda que nos acompañó con su jazz y blues durante toda la velada.
Una vez situados en nuestra ubicación privilegiada, nos dejamos llevar por la amabilidad de un servicio casi perfecto, colmado de pequeños detalles: mantelería y vajilla de primera calidad, panera con buena variedad de panes con queso saborizado para acompañar, aperitivo a base de Campari y naranja y entrada de cortesía mientras se espera la comida. Todo supervisado por un mozo que, a pesar de su evidente juventud, mostraba más atención de la que uno hubiera esperado (sobre todo considerando la presencia de la escalera que nos separaba de la cocina en la planta baja).
La carta, si bien se presenta corta, posee algunas entradas y tapeos interesantes y varios platos de distintas carnes y pastas. La oferta gastronómica es más bien simple y con opciones en algunos casos más aptas para un menú diurno que para la noche (como es el caso de las milanesas por ejemplo). Sin embargo, a pesar de esto, se nota que la materia prima es de primera calidad y la presentación de los platos enaltece la simpleza de los mismos. Pedimos los ñoquis de papa con queso brie y la sugerencia que nos hizo el mozo: un cordero braseado con salsa de hongos. La carta de vinos, corta al igual que la de platos, presenta bodegas interesantes como Ruca Malen o Weinert. Sin embargo, faltarían opciones más económicas ya que el precio de los vinos termina desentonando mucho con el valor de los platos (pedimos un Weinert Merlot a $80).
Una propuesta muy interesante para disfrutar en cualquier momento del día (abre sus puertas desde las 9:30 AM de manera continuada hasta la noche) con precios que resultan siendo bastante equilibrados (la cuenta termina dando cerca de $90 por persona en efectivo, con un servicio de mesa “simbólico” de $5) y una propuesta artística que se complementa a la perfección con la estética del lugar.

Café Rivas
Estados Unidos 302
Teléfono: 4361-5539

lunes, 11 de julio de 2011

Aldo's

Si hay algo que me gusta casi tanto como disfrutar de una rica comida es tomar un buen vino. La diferenciación que hago entre la comida y el vino se da principalmente por lo difícil que me resulta “maridar” ambos placeres en un mismo lugar. El mercado enogastronómico de hoy en día se encuentra excesivamente profesionalizado, a tal punto que en las cartas de los distintos restaurantes a los que voy me aburro de terminar encontrándome siempre con los mismos vinos de las grandes bodegas. Si a esto le sumamos el sobreprecio que se tiene  que pagar para tomar un vino convencional, la ecuación no termina de cerrar por ningún lado.
Hecha esta introducción, imaginen la poca resistencia que mi espíritu aventurero puso ante la recomendación de una nueva vinoteca con un restorán (tal cual se lee en su tarjeta de presentación) que abrió hace pocos meses sus puertas en San Telmo y que pregona ofrecer vinos para consumir en el local a precio de vinoteca.
A pocos metros de Paseo Colón, sobre esta cuadra de la calle Moreno donde lo único que se destacaba hasta hace pocos meses era el hotel boutique Moreno, ahora se lleva toda la atención esta vinoteca que por fuera no tiene nada que envidiarle a los mejores lugares de Palermo. Sin embargo, una vez atravesada la imponente entrada, queda más que claro que en el lugar de engañosas dimensiones (el espejo ubicado estratégicamente en el fondo de uno de los laterales de la barra da la sensación de que fuese el doble de grande) lo que predominan son los vinos, todos prolijamente ubicados en cada una de las paredes con luces que provocan que se destaquen todavía más.
Evidentemente, este lugar está manejado por profesionales, entre los que se encuentra el sommeliere Aldo Graziani, quién transmite su preocupación permanente por cada detalle del servicio a los clientes (no fue nuestro caso ya que estaba un tanto ocupado agasajando a Osvaldo Gross y Dolly Irigoyen). Esta dedicación repercute directamente en la atención de cada una de las personas con las que actuamos durante toda la velada, quienes demostraron estar más que a la altura de lo que pretende transmitir el lugar, aunque reconozco que a veces rozando la molestia por su premura a la hora de levantar la mesa o llenar las copas de vino.
Dicho esto, es para destacar la posibilidad de poder disfrutar una de sus más de 400 etiquetas presentes en la carta de vinos (es una forma de llamar al cuadernillo que hace las veces de carta, perfectamente presentado por cepa y ordenado por precio ascendente), en un ambiente muy agradable y con una carta con varias opciones para acompañar los distintos momentos del día (la vinoteca tiene horario continuo desde las 7 hasta las 24, con una carta que varia y acompaña cada momento del día). Sin embargo, en el caso puntual de la cena, más allá de algunas entradas interesantes (pedimos una ensalada de peras doradas con garrapiñada de avellanas, queso azul y rúcula y una provoleta de cabra con ensalada de tomates cherrys y rúcula; ambos platos muy originales, bien elaborados y sobre todo sabrosos), los principales son a mi gusto preparaciones un tanto básicas para la sofisticación del lugar (los platos elaborados son  solo pastas en donde el único que me llamó la atención fue los ravioles de mascarpone). Lo mismo ocurre con los postres, en donde además hay que sumarle alguna inexperiencia en la elaboración asumo propia de la juventud del lugar (pedimos un volcán de chocolate que, luego de la confesión por parte de la moza de que hubo algún intento fallido durante la cocción, vino un tanto desarmado y con el chocolate desparramado alrededor del volcán).
Toda la comida la acompañamos con un Casa Boher Malbec 2004 (una joyita a $58). También existe una interesante oferta por copa de vinos que en otro lugar no se podrían disfrutar a no ser que pidamos la botella entera.
Aldo’s viene a cubrir un nicho de mercado que hasta el momento estaba desatendido con una propuesta ambiciosa (están en proceso de expansión con por lo menos dos locales más proyectados) y a precios razonables como ellos mismos se jactan (aproximadamente $100 por persona), sustentada principalmente en su gran oferta de vinos y una cocina que aunque no se destaca, cumple el rol de reparto que le toca jugar.
Aldo’s
Moreno 372
Teléfono: 5291-2380

lunes, 4 de julio de 2011

Narbona

Una infancia plagada de maquetas que felizmente me dedicaba a destruir cada vez que mi hermana aprobaba un final hizo que permeara algo del gusto por la arquitectura en mí. De otra forma, no tengo forma de explicar el interés recurrente en participar de cada edición de Casa FOA. Como viene sucediendo en los últimos años, la exposición se instala en lugares alternativos que luego terminan cumpliendo algún otro fin (por ejemplo, la edición de 2010 fue en el complejo “La Defensa”, hoy reconvertido en un hotel boutique), con la particularidad que la instalación incluye algún restaurante que sobrevive a la muestra (en esa misma edición, el exponente fue La Panadería de Pablo Massey).
En 2008, sirvió de excusa para la inauguración de los Mercados del Delta, la nueva sección del Puerto de Frutos en donde se ubica desde ese entonces Narbona. Esta  bodega y granja originaria de Carmelo que cuenta con más de 100 años de historia del lado oriental del Río de la Plata, decidió aprovechar la ocasión para abrir su primer local fuera de Uruguay (cuentan con otro en Punta del Este).
Con la estética de un bistró francés (de donde adopta una gran barra de madera ubicada ni bien se ingresa al restaurante) inmerso en un almacén (donde, a diferencia del ambiente bistró, se destaca el blanco y el ventanal que permite apreciar las máquinas para elaborar yogurt y dulce de leche), lo primero que uno aprecia en este restaurante de no más de 30 cubiertos es que todo ahí es Narbona. Desde los vinos ubicados detrás de la barra y flanqueados por un sinfín de botellas que cubren las paredes hasta las latas de aceite,  dulces y fideos que cubren todas las paredes del almacén llevan como marca distintiva la elaboración artesanal de cada uno de estos productos.
La carta del mediodía (de noche la propuesta es más compleja) se presenta simple y con pocos platos, como induciendo a disfrutar de un almuerzo liviano frente al río. De las opciones más elaboradas pedimos los riñoncitos y mollejitas salteados con ensalada de rúcula y queso parmesano (las otras dos opciones son una porción de queso brie rebozado con semillas de sésamo y ensalada de rúcula e higos y una trucha asada). También probamos lo que a mí entender es el fuerte de la carta: tanto los ravioles de espinaca con aceite de oliva y rúcula como las cintas secas con salsa rosa permitían confirmar la buena calidad de las pastas que allí se elaboran. Adicionalmente se puede disfrutar de pizzas y picada de fiambres y quesos, obviamente caseros. Todo esto acompañado por un Malbec 2007 Narbona (aunque hacen un poquito de trampa porque los viñedos son mendocinos y el winemaker es Michelle Rolland) a $75. El café Nespresso debe ser de los pocos productos no elaborados por ellos mismos.
Me fui muy conforme con la versión diurna de este restaurante enfocado en la calidad de sus productos por sobre la complejidad de los platos a precios muy convenientes por tratarse de productos casi artesanales (promedio de $70 por persona). Sin lugar a dudas, cuando el clima se torne más agradable, volveremos para disfrutar de una cena a la vera del río y con la esperanza de que al agregarle complejidad a la carta, se mantenga la misma calidad de sus productos.

Narbona
Los Eucaliptus y Los Sauces Locales 3 y 4 Puerto de Frutos, Tigre
Teléfono: 4897-6249

lunes, 27 de junio de 2011

Benihana

En medio de la fiebre de franquicias norteamericanas que se instalan en nuestro país (ya sea primerizas como Starbucks o reincidentes como el caso de la inminente reapertura de Wendy’s), hubo una que pasó casi inadvertida por su prácticamente nulo conocimiento a nivel local (comparada con monstruos como Mc Donalds y Pizza Hut, por ejemplo) pero que es un fuerte exponente de la comida asiática en EE.UU. (de hecho, cotiza en el NASDAQ). Con la idea de revertir esto rápidamente, Benihana se instaló en la estratégica esquina de Coronel Díaz y Arenales del Alto Palermo, justo entre otros dos colosos gastronómicos: Friday’s y Starbucks.
Como buena cadena yankee, mantiene ciertas premisas como grandes salones con mesas y boxes y un ambiente por lo general que tiende a ser un tanto oscuro. Sin embargo, hay algo que diferencia a este restaurante del resto (tanto de las cadenas como de la oferta más autóctona) y es el método teppanyaki que pregonan. Consiste en la preparación de los platos (por lo general salteados y arroces revueltos) sobre planchas (denominadas hibachi) en las que los comensales (en el caso de Benihana, hasta 8 personas) se sitúan alrededor de la misma para apreciar la destreza del cocinero. Más allá del riesgo de recibir alguna salpicadura de aceite ocasional y el olor a humo impregnado en la ropa, el show en sí es algo que vale la pena apreciar y distinguen a este lugar del resto.
Como llegamos bastante temprano y no teníamos muchas ganas de esperar a seis desconocidos para poder disfrutar del teppan, optamos por sentarnos en una mesa tradicional y probar el sushi del lugar. Mientras escudriñábamos la carta de rolls, pedimos dos tragos como para entrar en calor: el Benihana Punch (ron, licor de duraznos y frutilla, sour mix, jugo de naranja y jugo de ananá) y el Exotic Mojito (malibú, pulpa de ananá, pulpa de mango y menta macerada en limas). Para los que le gustan los tragos frutales como a mí, ambas opciones superaron ampliamente mis expectativas.
Ante la gran variedad de rolls y la poca oferta de combinados chicos que contengan estos rolls, optamos por un combo de salmón de 20 piezas bastante estándar (formado por sashimis, nigiris y New York y Philadelphia rolls). En general, el sushi es mediocre tirando a malo: el salmón es rico, pero el arroz estaba mal cocido y los rolls tenían ingredientes atípicos como zanahorias naturales que los hacían demasiado crocantes para mi gusto. Con la expectativa de revertir la pobre experiencia del sushi, pedimos un creme brulee que no hizo más que recordarnos que no hay que pedir este postre en otro tipo de restaurante que no sea francés (y hasta incluso en algún que otro francés muchas veces deja bastante que desear). Luego de una espera de por lo menos media hora, nos trajeron una creme brulee fría, con el caramelo líquido encima  (sin flambear a pesar de que en la carta aclara que viene flambeada) y con gusto a cardamomo (en la carta no aclara que es saborizada). Por suerte, luego del reclamo tuvieron la “gentileza” de sacarla de la cuenta que nos trajeron casi de manera instantánea.
Lo único destacable, en sintonía con los tragos del inicio, es la interesante carta de vinos, aunque todas botellas de más de $60 (pedimos un Animal Malbec a $78).
A pesar de que no me pareció excesivamente caro (pagamos $130 por persona), creo que Benihana está más orientado a un público turístico dispuesto a pagar este precio por el show, sin poner demasiado foco en la calidad de la comida.
Benihana
Arenales 3310
Teléfono: 0810-345-BENI (2364)

lunes, 13 de junio de 2011

Marcelina & Garcia

El resultado de caer en un  lugar como La Cabrera cualquier mediodía de domingo sin reserva es una espera de no menos de media hora, con suerte. Luego de entretenerme un rato contando la cantidad de brasileros que identificaba a simple vista en la misma situación que nosotros (¿quién va a los restaurantes de Puerto Madero hoy en día si TODOS los brasileros andan desperdigados por Palermo?), la ansiedad que me genera cualquier espera me hizo caminar un poco por Cabrera. A pocos metros me sorprendió toparme con una especie de almacén que no había visto nunca. Al acercarme un poco más, me di cuenta de que no se trataba de ningún deli fashion palermitano (debe haber sido la descripción “Harina y Pastas” la que me confundió), sino de un muy pintoresco restaurante de pastas. Hasta allí llegó mi espíritu intrépido de aquel día ante el llamado de la cuasi maître de la Cabrera. Luego de un poco de investigación googlelística, descubrí que el emprendimiento estaba a cargo del mismo dueño de La Cabrera (Gastón Rivera por si a alguien le interesa el dato). No pasó más de una semana para que me encontrase cenando en Marcelina & Garcia.
Lo primero que pude confirmar desde adentro del restaurante era la ambientación muy cuidada en cada detalle (incluso, más que en La Cabrera donde a veces roza lo cambalachesco), en donde el blanco y el amarillo son los colores por excelencia. Abundan los palos de amasar, los cucharones, las espumaderas, los paquetes de fideos De Cecco y las salsas de tomate saborizadas ya conocidas de La Cabrera, todo prolijamente distribuido a lo largo y ancho del pequeño salón (en total no tiene más de 80 cubiertos).
Lo siguiente que hay que destacar en esta inevitable comparación es el uso de la misma fórmula: a pesar de haber cambiado el tipo de gastronomía, la esencia en el cuidado por ciertos detalles se mantiene. Desde los separadores de mesas que aíslan de los vecinos (en Marcelina & Garcia por lo menos son de mimbre y no de lona como en La Cabrera) y la presentación de la mesa (los más pintorescos broches reemplazan a los stickers que mantienen cerradas las servilletas sobre el plato) hasta los chupetines que vienen con la cuenta, pasando por las entradas (en nuestro caso fue una degustación de papines, granos de choclo con una especie de salsa blanca y tomates secos macerados) y las cazuelas que acompañan cada plato (aunque admito que en este caso el maridaje me suena un poco más forzado).
Yendo al quid de la cuestión, al momento de leer la carta, tengo que admitir que me decepcionó un poco. Por más que la calidad de las pastas De Cecco sea intachable, me hace bastante ruido ver fideos “de paquete” en un restaurante de estas características. Sin embargo, también existen opciones caseras, pero ningún plato se destaca por pastas o salsas originales que no podamos conseguir en alguno de los otros cientos restaurantes de pastas que existen en la ciudad. Si a esto se le suma el aviso de la abundancia de los platos (existe la opción de pedir medias porciones pero la cobran al 70% del valor de la carta, peculiar forma de dividir tiene esta gente), las opciones quedan reducidas prácticamente a unos fideos con tuco. Más allá de esta exageración, pedimos dos (casi) medias porciones de agnolotis de espinaca con manteca de hierbas y fusiles a la crudaiola. De las cuatro cazuelas disponibles (salchichas parrilleras, pulpetines de carne al pomodoro, brócolis salteados con ajos y la cazuela vegetariana) elegimos los vegetales y los pulpetines aunque esta última tenía una pinta de salchichas parrilleras increíble (se ve que no valió la aclaración que le hicimos al mozo corrigiéndolo al momento de tomar el pedido).
Para destacar el detalle del trago a base de champagne, malbec y naranja para limpiar los sabores de la boca mientras se elige un postre. En nuestro caso optamos por ir directo al café, acompañado por dos bocaditos de chocolate que parecían todavía más minúsculos de lo que eran sobre el recorte de mármol en el que venían presentados.
Retomando (y para cerrar) la comparación, la carta de vinos es un buen recorte de la de La Cabrera, con precios similares (pedimos un Nieto Senetiner Malbec a $67).
Sinceramente me fui un poco decepcionado ya que pagamos como si hubiésemos comido en La Cabrera ($ 100 por persona) pastas que son claramente superadas por opciones similares en precio (Bruni es un claro ejemplo) e incluso  considerablemente más económicas (como es el caso de Salgado Alimentos). Al César lo que es del César.
Marcelina & Garcia
J.A. Cabrera 5065
Teléfono: (011) 4832-2259

miércoles, 8 de junio de 2011

Mercado Central

Mi desviación profesional sistémica me hizo ponerme a jugar con los filtros de la renovada página de Guía Oleo. Más allá de algún aspecto cuestionable (flojísimo que los filtros que aparecen en la página de resultados no mantengan las condiciones de filtrado de la página previa), en términos generales mejoraron radicalmente la funcionalidad y sobre todo la interfaz que dejaba bastante que desear. El resultado de este juego fue el hallazgo de un lugar en Vicente López del cual no había escuchado hablar jamás y que, por lo que posteriormente vi en la página de restaurante, intuía me podía llegar a interesar.

A pocas cuadras de Capital Federal, este Mercado Central poco tiene que ver con el de Tapiales que alguna vez tuve el agrado de conocer y que nuestro amado ministro de economía nos ha invitado a recorrer en más de una oportunidad. En una coqueta esquina de Zona Norte de una zona bastante residencial, sobresale esta especie de multiespacio formado por un jardín sobre un deck de madera en la entrada lateral con varias mesas y una barra (fui un miércoles y no había barman ni nada, así que presumo deben usarla los fines de semana o cuando el clima acompañe como para quedarse tomando un trago afuera), a modo de antesala a la escalera que conduce al restaurante. Una vez que ingresamos al salón, el mobiliario de madera oscura y el techo pintado en tono terracota hacen que se destaquen todas las antigüedades y muebles reciclados que, al mismo tiempo, se encuentran a la venta publicitados en los distintos pizarrones que completan la decoración del lugar.
Luego de que la esmeradísima moza nos entregó la carta de noche (dado que está abierto todo el día existen además cartas específicas para desayunos y  meriendas y también para el mediodía), me llamó la atención cierta complejidad en las propuestas que no me esperaba encontrar. Algunos ejemplos de esta elaboración se imaginan en entradas como el queso brie tibio sobre crocante de masa filo y salsa dulce de marsalla y los langostinos rebozados en coco con vinagreta de tequila y cilantro y aceite picante de tomate. Y también se extiende a los platos principales, con opciones como el ojo de bife grillado en salsa malbec con mandioca sauteuse, panceta y tuétano de hueso maduro o la pesca del día (en esta ocasión era salmón blanco) con endivias envueltas en queso azul y jamón serrano con tapenade.
De todo este abanico de opciones, elegimos el risotto de hongos de todo tipo con aceite de trufas y la entraña con morcilla en rodajas cocinada vuelta y vuelta a la plancha, salchicha parrillera, salsa criolla asada (más al estilo de vegetales salteados) y reducción de aceto. Ambos platos vinieron muy bien presentados aunque para mi gusto al arroz le faltaba un poco de cocción, mientras que la entraña se perdía un poco entre toda la heterogeneidad del plato. Estos detalles quedaron totalmente compensados con la carta de postres que mantuvo el nivel de creatividad de los pasos anteriores. De todas las opciones más que interesantes (quedará para una próxima oportunidad la panacota de maracuyá), el claro ganador de la carta fue la degustación de creme brulee, compuesta por tres variantes: lavanda, chocolate blanco y cardamomo y jengibre y miel. Las tres muy sabrosas y originales aunque un tanto frías de heladera. Un golpe de horno nos les hubiera venido nada mal para al menos entibiarlas un poco. Como para rematar, hasta el café de El Bohio fue una grata sorpresa que hasta ellos mismos comercializan (como tantos otros productos exhibidos) a $130 el kilo.
Un punto mejorable es la carta de vinos con ofertas variadas de unas pocas bodegas clásicas (Escorihuela Gascón, Fin del Mundo y Catena Zapata entre no muchas más). Lo destacable es que presentan varias opciones de 375 ml, como fue el caso del Postales Malbec que pedimos ($27).
Se nota el profesionalismo de las personas que están detrás de este emprendimiento que cuenta apenas con un año de antigüedad y que invita a volver con ganas (más desde el punto de vista económico, donde la cena no supera los $90 por persona) a seguir degustando y probando distintas creaciones y quién te dice, no me termino llevando una mesada de almacén para la cocina de casa.
Mercado Central
Av. San Martín 898, Vicente López
Teléfono: (011) 4791-7168

lunes, 30 de mayo de 2011

Club Porteño (con yapa)

Creo que no existe peor sensación que la que se experimenta al ir a un restaurante antojado (como me suele pasar) y, al llegar, descubrir que lo que supo ser un local lleno de gente y mozos yendo y viniendo ahora no es más que un lugar vacío con los restos de lo que en algún momento supo ser una barra y alguna que otra silla rota abandonada. Algo similar a esta escena experimenté esta semana cuando intenté ir al no tan viejo pero bastante querido DF, aquel restaurante de comida mexicana un poco venida a menos pero con una ubicación envidiable frente al río, del otro lado de los diques del sur de Puerto Madero.
La buena noticia de todo esto es que el hecho del cierre fue el puntapié inicial para conocer otro lugar, promocionado en carteles pegados en los ventanales, invitando a seguir degustando la comida mexicana que allí solían servir en un lugar emplazado a no más de unos metros. Ya en el baile, decidí bailar.
Lo primero que sentí es un deja vú: sabía que este lugar no tenía casi nada que ver con el anterior, pero las mesas exteriores y el techo con alguna similitud notoria me hacían sentir por algún instante en el viejo DF. Esta sensación quedó extinta una vez dentro del local, notablemente más chico y con una decoración más sobria, en parte gracias al mobiliario de madera oscura y a la gran vinoteca ubicada en el centro del local que le resta algunos cubiertos de los ya bastante pocos que tiene, en comparación a cualquiera de los restaurantes del lado de Moreau de Justo. Dentro de este ambiente casi tradicional  se destaca de manera excepcional el horno de barro estratégicamente ubicado junto al ventanal que da al río, anticipando antes de leer la carta por donde vienen las especialidades de la casa.
Una vez ubicados junto al ventanal y cerca del horno, tuve un nuevo deja vú en el momento que el muy esmerado mozo nos dio la carta mientras degustabamos el trago de cortesía a base de Campari (main sponsor del local): esta vez la sensación era la de estar en Las Cholas de Las Cañitas. Es notable la similitud de la propuesta, mezcla de parrilla tradicional y algunas excentricidades, en este caso representadas por las tan promocionadas fajitas de DF. Sin embargo, el foco de la carta se centraba, como se suponía que iba a ser, en el horno de barro.
De las varias opciones más que interesantes probamos tres cazuelas. La primera fue un pastel de papa y lomo, con el diferencial de la carne cortada a cuchillo. La siguiente cazuela fue de vegetales rústicos, donde el efecto del horno le dio un sabor especial sobre todo al choclo, las zanahorias y la cebolla. Para el final, la que de movida me llamó la atención por su originalidad: batatas glaseadas con miel y almendras. El glaseado de la miel hace que el sabor de por sí dulce de las batatas resalte todavía más. Todo esto estuvo acompañado por un Fond de Cave Cavernet Suavignon seleccionado de la bastante corta y muy mejorable carta de vinos con precios acordes al lugar ($59 el vino elegido).
A pesar de no haber degustado ninguno de los postres, la carta se presenta más tradicional porteña, con opciones típicas de la cocina autóctona como la mazamorra con leche y el dulce de cayote con queso.
Por el equivalente de lo que cuesta la entrada para cualquier espectáculo tanguero de la ciudad  ($90 por persona), en Club Porteño se puede disfrutar del mismo show (sólo los Viernes y los Sábados) durante una cena que por sí sola vale la pena probar.

Club Porteño
Olga Cossettini 1545
Teléfono: (011) 4311-1229

Les dejo una yapa kiosquera al mejor estilo Alejandro Maglione: esta semana probé el nuevo invento de los amigos de Cachafaz, el alfajor de mousse que sorprende no por sabor, sino por su empaque casi idéntico al viejo alfajor de mousse ya desaparecido de Suchard:
Más allá de la estrategia de marketing de los creativos de Cachafaz para captar desprevenidos que crean que este alfajor es una reedición del viejo clásico, la realidad es que muy poco tiene del sabor original del alfajor de Suchard así que quedan advertidos para que no caigan en el engaño.

martes, 17 de mayo de 2011

Salgado Alimentos

Esta época del año, en donde el frío comienza a azotar con más vehemencia, provoca que la sangre italiana perdida entre alguno de mis ancestros primordialmente de la Europa más oriental brote en mí y me genere unos irrefrenables antojos de comer pastas. En apariencia, esto no debería ser un problema en un país en donde la población se divide prácticamente en partes igual de descendientes de italianos y españoles. Sin embargo, la cocina italiana se ha commoditizado tanto que hoy en día es muy difícil encontrar alguna propuesta que vaya más allá de una salsa Alfredo o alguna variante del clásico tuco adornada con albahaca y tomates secos.
Embanderado en esta cruzada, me aventuré un tanto temeroso (reconozco que la estética un tanto naif de su sitio web por un instante me hizo sospechar de que en realidad se trataba de algún lugar naturista o veggie) hacia Salgado Alimentos. Alejado del polo gastronómico palermitano (para muchos ubicado en Palermo Queens, para mí en el más tradicional Villa Crespo) me encontré con una fábrica de pastas de las de antes (con tablero negro de letras individuales como se estilaba publicar los precios en los viejos almacenes y clubes de barrio) reconvertida en restaurante con no más de 20 cubiertos donde la esencia del lugar es el mostrador / heladera atiborrado de botellas de vino, paquetes de fideos y con pizarras mostrando las distintas sugerencias semanales.
Más allá de los detalles cambalachescos del lugar, claramente el esfuerzo ahorrado en ambiente y decoración se invirtió de lleno en el armado de la carta. Cada uno de los folios que la conforman describe una gran variedad de platos a base de productos no tan tradicionales y combinados de manera más que original. Algunos ejemplos son los raviolones de batata y almendras a los cuatro quesos y los ñoquis de mostaza ahumada con tomates, aceitunas negras, alcaparras, albahaca y ajo que pedimos. Ambos platos  estaban muy bien elaborados y cada ingrediente aportaba su clara cuota de sabor y aroma (de hecho, el recuerdo de la mostaza ahumada me duró hasta el día siguiente). Otras opciones que también sonaban interesantes eran los raviolones de asado rostizado y provolone o los agnolotis de cordero y menta. Como alternativa para aquellas personas no tan fanatizadas con la pasta, existen opciones como el kebab de ternera con queso crema con menta y tabule o el curry de pollo con  leche de coco que por lo menos sonaban interesantes y originales.
Si bien las opciones en materia de vinos son acotadas y bastante tradicionales, hay que reconocer que en la mayoría de los casos el precio es bastante bueno, como fue el caso del Benjamín Nieto Cabernet Suavignion que nos pedimos a $39.
La originalidad de los principales se diluye cuando llegamos a los postres, donde lo único que se diferencia es la chocotorta (que por la estética del lugar me parece una idea maravillosa como para cerrar una cena familiar o entre amigos).
Sin lugar a dudas me parece que Salgado Alimentos ofrece en un ambiente cálido y en parte nostálgico una cocina muy bien elaborada con ingredientes muy originales y combinados de manera excelente que tranquilamente le puede hacer frente a otros exponentes de la vera cucina italiana, en donde seguramente nos cobrarán bastante más que los $65 por cabeza que pagamos en Salgado Alimentos. Como dice el slogan de su menú: panza llena, corazón (y billetera agregaría yo) contento.

Salgado Alimentos
Ángel Carranza 1875
Teléfono: (011) 4854-1336

domingo, 17 de abril de 2011

In Situ

De viaje por Medellín, la mal llamada “ciudad de la eterna primavera” (vean este video si no me creen), buscando opciones que vayan un poco más allá que las arepas y la bandeja paisa, encontré este restaurante de autor, ubicado en el medio del Jardín Botánico (de por sí, muy lindo). Rodeado de una tupida vegetación, como una especie de oasis gourmet, este restaurante presenta un ambiente bastante sobrio con amplios ventanales que se abren de par en par y que permiten sentirse en contacto casi directo con la naturaleza mientras se disfruta una agradable comida:
La carta presenta una buena variedad de platos, incluyendo pastas y diversas carnes rojas, blancas y pescados. Mi elección fue un pescado conocido como basa (primera vez que lo escucho nombrar, pero que aparentemente se encuentra bastante difundido en la región de acuerdo a lo que pude investigar: Basa El filete de pescado gourmet que ha sorprendido a restauranteros de todo el mundo, llegó para quedarse) apanado en croute de almendras con salsa de maracuyá, acompañado de puré de yuca (conocida como mandioca por nuestras tierras), dip de porotos negros y zucchinis grillados y marinados:

Realmente me sorprendió lo carnoso y sabroso que estaba el pescado. La combinación con el Balbo Tempranillo fue perfecta. Lo único criticable es la presencia casi inadvertida del maracuyá.
La carta de postre, muy original, está conformada por distintas tarjetas con fotos de las distintas opciones:

Mi voto fue para la tarta taten, que sinceramente poco tenía que ver con la que se presentaba en la foto y menos con la clásica tatin francesa:

Como verán, se presentaba como un postre bastante complicado para comer con cuchara y tenedor, pero mal que mal me las pude ingeniar para degustarla. El sabor y color verde intenso de las manzanas fue lo más destacable del postre. Para cerrar, una buena taza de tinto (café colombiano). Todo esto por el módico precio de USD 27, que en cualquier lugar “de autor” de Buenos Aires no alcanzan para equiparar un menú tan completo. Si alguna vez les toca andar por esta no tan primaveral ciudad, les recomiendo fervorosamente darse una vuelta por este agradable lugar.

In Situ
Calle 73 No. 51D - 14, Jardín Botánico
Teléfono: +57 (4) 233 2373

jueves, 14 de abril de 2011

Azema

A cualquier persona un poco cholula como yo siempre le intriga las historias, más cuando circundan la cocina de un restaurante. Si encima, el chef se comenta es todo un personaje (un poco subido a la moda de los cocineros convertidos en rock stars, al estilo Anthony Bourdain), ya es argumento suficiente para conocer este exotic bistró, como Paul Jean Azema define a su restaurante homónimo.
 Justo en frente del ya tradicional Green Bamboo, Azema intenta ir todavía más allá con una propuesta mucho más arriesgada para el paladar argentino, fusionando sabores de Francia, India y Vietnam y aggiornándolos al gusto porteño, según palabras del propio Azema. Esta audacia manifiesta de la propuesta no se termina de trasladar a la ambientación del local que se aprecia un tanto tradicional en su distribución (demasiadas mesas para un lugar evidentemente chico) donde lo único que se destaca son los distintos objetos que se adivina este personaje fue acumulando a lo largo de su vida en los distintos lugares en los que vivió / cocinó.
Luego de ubicarnos en una de las mesas junto al gran ventanal con vista a la calle, la moza encargada de la atención (que en esta historia cumple un rol secundario ya que el protagonista de la noche pueden imaginar quién va a ser) nos entregó las cartas. Luego de una primera lectura rápida, la carta presenta muchas opciones para lo que suelen ser los bistrós típicos en  donde las opciones por lo general son bastante acotadas, destacándose además una clara separación entre las distintas etnias acompañadas casi todas de una breve reseña personal del chef. Luego de analizar detalladamente todas las opciones e identificar todas las consultas a realizar antes de tomar la decisión, se aproxima a nuestra mesa el encargado de tomarnos el pedido. Azema, Ni más ni menos. Una suerte del Doc de Volver al Futuro mezclado con Salvador Dalí, muy predispuesto a contar la historia y las particularidades de cada uno de los platos.
De entrada decidimos arriesgarnos (hasta ahí nomás) con una tartare de salmón, maracuyá y chile (sin chile ya que los principales también tenían una dosis de picante) que estaba simplemente deliciosa. La combinación entre el salmón y el maracuyá quedaba excelente. Como principales ordenamos un cari de langostinos jumbo por un lado y, por el otro, un gigot de cordero. A pesar de que los dos platos por sus orígenes se pueden asociar a la cocina francesa, el primero figuraba como un plato típico de la Isla de la Reunión (colonia francesa de donde es oriundo nuestro querido anfitrión y cuya cocina tiene reminiscencias tanto francesas, como  así también indias y chinas). Sin embargo, lo que me llamó poderosamente la atención fue el hecho de que ambos platos vinieran presentado exactamente de la misma forma: timbal de arroz, lentejas y perejil. No sé si fue mera casualidad, pero me sorprende esta particularidad que también noté en otros platos que se servían en distintas mesas (y no creo que todos hayan pedido cari de langostinos y gigot de cordero).
Desde el punto de vista vinícola, la carta presenta una variedad bastante acotada de opciones, sobre todo para la diversidad de platos que se ofrecen. Sin embargo, en las opciones que se presentan a un precio normal para un restaurante de estas características, se encuentran muy buenas perlas, como el Las Acequias Cabernet Roble que degustamos ($90).
Para cerrar (decidimos saltear el postre porque el fuego provocado por los platos e intensificado por el vino no nos iba a dejar apreciar ningún tipo de sabor más) un rico café Lavazza acompañado por petit fours.
Abstrayéndose de todo el espectáculo montado, me parece que la idea es bastante original aunque a mi gusto, para poder mantenerse el nivel que uno esperaría por una cena de $160 por persona, buscaría la forma de darle mayor identidad a los platos para asegurar que la historia detrás de cada plato se perciba en la mesa.
Azema
Ángel Carranza 1875
Teléfono: (011) 4774-4191

lunes, 11 de abril de 2011

Malvón

Los domingos suelen ser días atípicos desde el punto de vista gastronómico. Algún que otro evento siempre hace que, en mi caso, los sábados me acueste bastante tarde y la mañana del domingo prácticamente no exista. Si a eso le sumamos algún dolor de cabeza ocasional por una copita de más, el resultado es que le escape furtivamente al asado familiar y analice otra opción un tanto más relajada y descontracturada.
Con algunas opciones en la cabeza (estaba entre un brunch hecho y derecho como el de Novecento y algo más próximo a un almuerzo como lo es el de Olsen), enfilé para el lado de Palermo. A mitad de camino escuché en la radio una nota que le hacían al dueño de un tal Malvón ubicado en Villa Crespo del cual había leído alguna nota en Planeta Joy (Malvón: nuevo lugar para brunchs, almuerzos y meriendas en Villa Crespo).  Ante esta señal divina, no dudé ni un segundo en ajustar el rumbo para “Palermo Queens” (estamos a nada de que Argentina se pase a llamar Palermo, sépanlo).
Lo primero que me sorprendió fue el crecimiento comercial de la zona, con una amplia oferta de outlets similares a los que se encuentran a unas pocas cuadras sobre la calle Córdoba. Evidentemente este impulso comercial fue el que dejó al descubierto la necesidad de contar con oferta gastronómica para alimentar a los cazadores de ofertas que abundan con sus manos atiborradas de bolsas (se me vinó a la mente la genial propaganda del shopping: ¿Qué nos pasó man?).
Sobre la calle Serrano, se imponen dos grandes toldos que con el omnipresente logo de Central de Café hacen pensar que estamos ante un nuevo emprendimiento de las tantas marcas de café que deciden abrir su propia franquicia. Sin embargo, al adentrarnos en el local, descubrimos un inmenso local montado sobre lo que en otra vida evidentemente fue una casa chorizo. Esta característica le permite ir montando distintos espacios, todos completamente distintos entre sí. Con una especie de almacén y barra incrustadas en el medio de un casa, se nota el esmero en darle un estilo vintage por medio de los innumerables adornos que hacen a la atmósfera tan particular de este lugar. Esta ambientación se vuelve casi marginal en el patio trasero, en donde las lámparas atadas entre sí cual manojo de flores, algún que otro balde con agua de antaño y las paredes un tanto descuidadas hacen que la salubridad pase casi a un segundo plano.
Luego de que el pseudo maitre  / mozo (típico espécimen palermitano, canchero en exceso) nos ubicara y, luego de agitar los brazos un buen rato cual banderillero de aeropuerto ante el evidente olvido de nuestra existencia, otro mozo se apiadó de nosotros y nos alcanzó unas cartas como para apaciguar las aguas. Acá es donde está el punto fuerte de Malvón ya que las opciones para “brunchear” son bastante originales. Se pueden encontrar unos ya clásicos huevos benedictos hasta alternativas más transgresoras como popovers. En mi caso, luego de intentar comprender la explicación de lo que componía el menú (aperitivo de agua saborizada + bebida fría o caliente + plato + guarnición + blueberries pancakes).
Mi elección fue el popover francés, relleno de crema de queso brie, espinacas y hongos que tardó no más de 5 minutos en llegar a la mesa, lo cual me hizo sospechar que esa fuese mi pedido. Sospecha que se incrementó cuando nos sirvieron las guarniciones que se suponía debían ser unas papas rústicas y un mix de vegetales pero que, ante la falta de vegetales, el chef o el mozo decidió que queríamos los dos papas rústicas. Y sospecha que terminé de confirmar cuando probé la comida y estaba helada. Conclusión: seguramente probé el popover de algún otro cliente que terminó esperando más de lo esperado por el suyo. La buena nueva es que luego de reclamar, el siguiente vino a una temperatura correcta y además se notaba que no era el anterior  recalentado.
Mención especial para los blueberries pancakes que, más ayuda de lo ridículamente chicos, en mi caso estaban un tanto gomosos.
Más allá de todo, Malvón no deja de ser una opción interesante a un precio razonable ($70 por persona) para disfrutar probablemente un día no tan concurrido como los domingos, en donde seguramente la atención es mucho más esmerada.
Malvón
Serrano 789
Teléfono: (011) 3971-2018

sábado, 12 de marzo de 2011

Les dejo mi tarjeta

Si hay algo que siempre me llamó la atención de muchos restaurantes de cierto nivel (y algunos de no tanto) es la inclusión de una tarjeta del lugar con la cuenta. Sinceramente me parece una manera muy interesante de hacer prensa de un lugar, sobre todo si se, como me ocurrió a mí, se les terminan mezclando con las tarjetas laborales y uno termina dándole a un cliente la pintoresca tarjeta de un moderno restaurante de Palermo.
Haciendo un poco de limpieza me topé con lo que se podría catalogar como una pequeña colección de tarjetas que he ido guardando (ya sea por el interés de recordar el lugar o simplemente porque me pareció simpática la tarjeta) a lo largo del tiempo. Antes de que pasen a mejor vida, les comparto una selección de algunas de ellas.
Empezamos por algunas que son bastante “tradicionales” (por no decir aburridas) que cumplen con la mera función de informar los datos del lugar para que los desmemoriados como yo podamos retener el nombre y los datos del lugar. Este es el caso de lugares como Cornelio, Cosecha, Petanque, Sudeste y Siamo Nel Forno (aunque en este último caso, por la cantidad de información que le quisieron poner, deberían haberla hecho del tamaño de un panfleto):





Otros lugares como Il Gran Caruso, Cluny, Río Café, Bar 6 y Grappa, a pesar de que también usan diseños que podrían denominarse “minimalistas”, demuestran un esfuerzo adicional de diseño en sus tarjetas, con el fin de lograr transmitir la imagen del lugar a través de, por ejemplo, su logotipo:





No pueden faltar en esta selección las tarjetas de los restuarantes denominados “de autor” tales como Manero y Demuru, en donde el ego de sus autores se traslada hasta las mismísimas tarjetas (prestar especial atención a la tarjeta de Demuru y el diseño con estilo Faena de su logo):


Más allá de todas estas tarjetas, si hay una justificación para armar este post es compartir con ustedes las tarjetas de los restaurantes en donde el cuidado por la atención y los detalles se extiende hasta las tarjetas que entregan. Este es el caso de Olsen, Lupita (impactante la imagen de la Virgen de Guadalupe) y Green Bamboo (una de mis preferidas por la simpleza y la originalidad):



A modo de yapa, les comparto la tarjeta que rescaté de uno de los mejores lugares para desayunar y/o merendar en Nueva York:

Los invito a que me envíen sus tarjetas a acetoyolivablog@gmail.com y las iré incorporando a este post.