sábado, 26 de febrero de 2011

Doppio Zero

Desde la época en la que todavía estaba sobre la calle Zabala y los fuegos estaban a cargo de Martín Baquero (hoy en El Almacén de los Milagros) tenía una deuda pendiente con Doppio Zero. Mudado a la zona menos glamorosa de Las Cañitas, el nuevo local pasa casi de manera inadvertida para cualquier transeúnte desprevenido. Se podría decir que el cartel de neón sobre la entrada es la única inversión en marketing.
Consecuente con la simpleza que se aprecia desde el exterior, la simpleza es el factor determinante de toda la ambientación del lugar, rozando la austeridad, en donde se destaca la barra al fondo del local y las pizarras con los destacados de la carta. La atmósfera de intimidad se termina de lograr gracias a la excelente distribución de mesas que evita sentirse partícipe de conversaciones ajenas y al jazz que suena de fondo.
Un punto en el que se nota el esmero y hasta el profesionalismo es sin duda la atención. Desde el momento en el que ingresamos al local se tiene la sensación de que hay alguien preocupado por cada detalle de la atención y el servicio que recibimos. Claramente, este es el estilo que Mariano Akman impone, siendo muchas veces él mismo el que recorre cada una de las mesas para supervisar cada detalle.
A la hora de la comida, la carta es más bien corta con, obviamente especialidad en las pastas y los risottos. Me incliné por los super promocionados ravioles de rosbif en caldo de carne  y hierbas (les dejo una de las tantas notas en donde lo promocionan: Los 10 platos más ricos que probamos en 2010). El sabor de los ravioles me pareció exquisito aunque les faltaba cocción para mi gusto. También probamos un risotto de mar que me llamó la atención por contener palta entre sus ingredientes (conozco muy pocos platos calientes con palta ya que siempre se suele utilizar en preparaciones frías). En este caso también defraudó un poco ya que la presencia de la palta era casi imperceptible (esto fue algo que le hicimos notar a Mariano antes de que nos retiraran los platos y se ofreció, un poco tarde, a prepararlo de nuevo).
La carta de vinos presenta algunas perlitas más que atractivas, aunque el precio en algunos casos intimida un poco. Optamos por un Alfredo Roca Pinot Noir a $75.
Con un precio promedio de $100 por persona, Doppio Zero se queda a mitad de camino entre el clasicismo de lugares como Il Gran Caruso y la oferta más innavodora que proponen exponentes de la cocina neo italiana como Bruni.
Doppio Zero
Soldado de la Independencia 1238
Teléfono: (011) 4899-0162

domingo, 20 de febrero de 2011

Lupita

Si hay una comida étnica por la que he desarrollado cierto fanatismo inexplicable (porque no conozco el país, por ejemplo) es sin lugar a duda la gastronomía mexicana. Deduzco que las inagotables horas de autoflagelamiento con el chavo del ocho en mi infancia tienen algo que ver con esta debilidad por los tacos, burritos y quesadillas.
Esta especie de obsesión es la que me obliga a ir a cada lugar nuevo con algo de mexicano que descubro, no sin más de una frustración producto de la simplificación que muchos lugares aplican a esta cultura tan rica y diversa en gustos y sabores (les dejo una nota de Planeta Joy al respecto: ¿Qué pasa con la comida mexicana en Buenos Aires?). Desde el excesivamente modesto Cielito Lindo hasta el sobrevalorado María Félix, pasando por Xalapa  (uno de los lugares con peor servicio y atención que he conocido) y DF (con sus ensordecedores mariachis y porciones y calidad inversamente proporcional al avasallamiento de la inflación), ninguno había logrado transmitirme la sensación de estar comiendo verdadera comida mexicana, sino más bien una muchas veces burda adaptación local.
Afortunadamente, Lupita ha logrado sorprenderme gratamente, no solo desde la fidelidad que le imprimen a los platos, sino, y por sobre todo, por la capacidad demostrada por sus dueños para lograr adaptar una cultura tan peculiar a un barrio tan excéntrico como autóctono como lo es Las Cañitas. La gran barra de doble altura (acorde a la altísima calidad de los tragos) y la música más bien chill out se complementan casi a la perfección con las calaveritas y las máscaras de lucha libre que se encuentran en la mayoría de las mesas.
Como suelo hacer cada vez que voy a un lugar mexicano nuevo, el menú consistió en un margarita clásico (de los mejorcitos que  he probado, con abundante sal en el borde de la copa) y el combinado de la casa. En este caso fue un combo de 6 piezas formado por 2 tacos de camarones (con señores camarones, no esas réplicas en miniatura que se consiguen en cualquier supermercado), 2 burritos de cerdos (con la carne bien desmechada, como corresponde) y 2 quesadillas de vegetales que claramente fueron las ganadoras de todo el combo por originalidad y sabor. Todo acompañado por varias salsas de diverso picor (de algunas me seguía acordando hasta bastante después de la cena).
Como suele pasar en este tipo de lugares, se nota que a los chefs se les agota la creatividad en los principales y a la hora de los postres terminan en platos a base de chocolate y maracuyá (aparentemente son dos productos tanto de la gastronomía mexicana como así también de la peruana y la japonesa). Reconozco que lo único que me llamó la atención fue el volcán de banana split, pero no a tal punto de convertirse en antojo.
Si lo que uno busca es hacer foco en la comida y puede prescindir de los mariachis, Lupita es la elección ideal para poder probar a un precio razonable (aproximadamente $ 100 por persona) algunas exquisiteces de una cultura tan rica y devota como pocas.

Lupita
Báez 227
Teléfono: (011) 5197-5149

¿Cuál es su mexicano favorito?

jueves, 3 de febrero de 2011

Vacaciones Gastronómicas

Todavía con algo de arena en la cabeza y un bronceado que a medida que pasan los días comienza a convertirse en un lindo recuerdo de las vacaciones, poco a poco estoy tratando de retornar a la dura realidad de la rutina laboral diaria. Sin embargo, antes de que el día a día me consuma, les comparto algunas apostillas gastronómicas de mi descanso, destacando aquellos lugares que vale la pena conocer. A sabiendas de la pobre (desde el punto de vista de la calidad sobre todo) oferta gastronómica de la bendita costa argentina. En relación a esto, les dejo una muy buena nota que se refiere al tema: La desgracia de comer en vacaciones).
El hecho de hacer base en Valeria del Mar, me permitió poder contar con un amplio abanico de opciones que fueron desde Pinamar hasta Mar de las Pampas, pasando por Cariló y hasta el mismo Valeria. Reconozco que la intención original era apostar más a Pinamar que al resto de los destinos. Sin embargo, la sensación de estar circulando por la 9 de Julio un Lunes a las 9 AM, debido a  que los más oportunos eventos  impedían el tránsito normal por Bunge, sumado a las esperas de más de una 1 hora en cada lugar, me terminaron por convencer de explorar nuevos destinos. A pesar de todo esto, pude darme el lujo de degustar un excelente goulash con spätzle en Tante (De las Artes 35, con amplia variedad de descuentos acumulables), una deliciosa pizza de muzzarela con jamón de ciervo ahumado en La Távola (Av. Bunge 64) y un exquisito salmón rosado con salsa de limón y verduras grilladas en El Dorado (Av. Del Mar y Bunge).
El siguiente destino de este recorrido es Cariló, en donde me sorprendió un renovado Camelia Sensi (Boyero, entre Cerezo y Avellano), sobre todo por la celebrada ampliación (iba mentalizado para tolerar una espera medida en horas y lo único que tuve que esperar fue a la maitre hasta que nos recibió). Más allá de la variadísima carta, el fuerte es la founde de queso acompañada por un sinfín de cazuelitas (a priori parece cara una founde para dos personas a 140 pesos, pero luego de ver la variedad de acompañamientos, queda más clara la razón del precio).
En Mar de las Pampas reconozco haber estado casi de pasada, cosa que no me impidió visitar La Pinocha de Chocolate (El Lucero y Santa Maria), lugar que celebro que se mantenga fiel a su estilo y no cambie prácticamente nada desde que la conozco (la “innovación” de esta temporada era una tarta de frambuesas). Gracias a esto, pude disfrutar de un gran chocolate caliente acompañado por una porción de tarta de manzana especial (para no quedar como un desquiciado que pide eso en pleno verano, todo esto sucedió el único día de lluvia de mis vacaciones). Adjunto foto de la tarta, aunque en vivo se veía todavía más tentadora:

Para el final, quise dejar a la mismísima Valeria del Mar, lugar por el que admito no apostaba ni siquiera un peso a encontrar un lugar medianamente decente. La estremecedora campaña de marketing (lo de estremecedora es debido a que todos los días, a las 9 de la noche hacen sonar una sirena similar a la de un buque pesquero para notificar a toda la ciudad que ya abrieron) Tamarisco (Corbeta Céfiro y El Mar). Imaginen la grata impresión que me lleve con el lugar que, a pesar de no poder entrar en la primera oportunidad (aparentemente les va tan bien que solo trabajan con reserva previa), insistí al día siguiente, esta vez con reserva obviamente. El lugar me pareció sobre todo pintoresco y la calidad de los pescados suprema (compartimos una cazuela de mariscos con variedades por lo menos desconocidas desde lo visual, aunque me reconozco un amateur en el tema). Los puntos a mejorar son, por sobre todo, el servicio (que uno esté de vacaciones no significa que a uno le sobre el tiempo para esperar más de media hora que se dignen a traernos la carta o la cuenta, más cuando ponen tanto énfasis en la reserva para poder atender bien a los comensales) y algún que otro postre (no caigan en la tentación de pedir los profiteroles porque, créanme, se van a llevar una decepción).

Casi como postdata, y más allá de todos estos lugares que con sus particularidades están notablemente por encima de la media del resto, me llamó poderosamente la atención el precio de algunos vinos que se encontraban muy por debajo de lo que cuestan en casi cualquier restaurante de Buenos Aires (para darles un ejemplo, los Saint Felicien que en los restaurantes porteños oscila entre $ 100 y $ 120, en todos los lugares a los que fui estaba entre $ 65 y $ 80).
¿En qué lugares que vale la pena conocer comieron durante sus vacaciones?