Hoy en día, en el saturadísimo mercado gastronómico porteño, es muy difícil encontrar nuevas propuestas originales y que se destaquen, al menos desde lo conceptual, del resto de opciones existentes. A pesar de esto, no hay que ser un matemático para dar con la fórmula del éxito. Muchas veces una idea tan simple como una pizarra puede ser la clave para, a partir de este concepto, crear una experiencia que perdure en el imaginario de cada comensal.
Esta idea fue la punta de lanza que utilizó Rodrigo Castillo para armar su propio bistró, en donde las mismas pizarras son el elemento preponderante dentro de la austera ambientación, sobre las cuales se describen las distintas entradas, platos principales y postres que se preparan diariamente y se sirven al público que, básicamente por el boca a boca, se acerca todas las noches (salvo los lunes) a degustar las creaciones de ocasión. Las distintas pizarras, que también incluyen la carta de vinos, bebidas y la variedad de infusiones, acaparan la mayor parte de la decoración del lugar, no quedando obnubiladas ni siquiera por los distintos elementos (desde la heladera de almacén hasta un maniquí) que se destacan.
Más allá de la cuestión decorativa, queda más que claro que el foco está puesto en la calidad, la originalidad y la frescura de cada uno de los distintos platos que salen de la cocina que se aprecia desde las pocas mesas del salón. La pasta a base de café para acompañar el pan casero (aunque por cierta dureza no me animaría a decir que el pan también se prepare todos los días, al menos en verano), el paté de conejo con chutney de durazno y el carré de cerdo asado con yogurt de limas, maní, puré de calabazas y rúcula son claros exponentes de la originalidad de la cocina. La frescura se evidencia en la demora lógica de cada plato, lo cual denota claramente que cada plato se prepara en el momento (esto también puede servir como excusa para contar con poco personal en la cocina y un único mozo para todas las mesas). Quizás, el punto más subjetivo de todo sea la calidad, que en mi caso está completamente a la altura de las circunstancias. Este punto también lo pude constatar con los ravioles de ricota con tomate concasse, albahaca y oliva. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo del postre, ya que la creme bruleé de maracuyá que más me tentaba ya se había agotado.
Otro elemento destacable es la corta pero diversa carta de vinos que presenta opciones para todos los gustos y bolsillos (a precios más que interesantes). En mi caso, opté por un Alfredo Roca Merlot a $65. Esta diversidad se aprecia también a la hora de la sobremesa, sustentada en una amplia gama de tés. Aquellos que no son amantes de los tés, también pueden optar por café Nespresso.
Evidentemente, el hecho de ofrecer una propuesta de algún modo innovadora basada en el concepto casi artesanal de elaborar los platos que se sirven durante la noche con los productos que se consiguen ese mismo día a un precio razonable (estamos hablando de aproximadamente $100 por persona con vino), hizo que en el año y monedas que lleva abierto, Las Pizarras se haya hecho de un público fiel que llena el lugar todas las noches.
Las Pizarras
Thames 2296
Teléfono: (011) 4775-0625
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