Creo que no existe peor sensación que la que se experimenta al ir a un restaurante antojado (como me suele pasar) y, al llegar, descubrir que lo que supo ser un local lleno de gente y mozos yendo y viniendo ahora no es más que un lugar vacío con los restos de lo que en algún momento supo ser una barra y alguna que otra silla rota abandonada. Algo similar a esta escena experimenté esta semana cuando intenté ir al no tan viejo pero bastante querido DF, aquel restaurante de comida mexicana un poco venida a menos pero con una ubicación envidiable frente al río, del otro lado de los diques del sur de Puerto Madero.
La buena noticia de todo esto es que el hecho del cierre fue el puntapié inicial para conocer otro lugar, promocionado en carteles pegados en los ventanales, invitando a seguir degustando la comida mexicana que allí solían servir en un lugar emplazado a no más de unos metros. Ya en el baile, decidí bailar.
Lo primero que sentí es un deja vú: sabía que este lugar no tenía casi nada que ver con el anterior, pero las mesas exteriores y el techo con alguna similitud notoria me hacían sentir por algún instante en el viejo DF. Esta sensación quedó extinta una vez dentro del local, notablemente más chico y con una decoración más sobria, en parte gracias al mobiliario de madera oscura y a la gran vinoteca ubicada en el centro del local que le resta algunos cubiertos de los ya bastante pocos que tiene, en comparación a cualquiera de los restaurantes del lado de Moreau de Justo. Dentro de este ambiente casi tradicional se destaca de manera excepcional el horno de barro estratégicamente ubicado junto al ventanal que da al río, anticipando antes de leer la carta por donde vienen las especialidades de la casa.
Una vez ubicados junto al ventanal y cerca del horno, tuve un nuevo deja vú en el momento que el muy esmerado mozo nos dio la carta mientras degustabamos el trago de cortesía a base de Campari (main sponsor del local): esta vez la sensación era la de estar en Las Cholas de Las Cañitas. Es notable la similitud de la propuesta, mezcla de parrilla tradicional y algunas excentricidades, en este caso representadas por las tan promocionadas fajitas de DF. Sin embargo, el foco de la carta se centraba, como se suponía que iba a ser, en el horno de barro.
De las varias opciones más que interesantes probamos tres cazuelas. La primera fue un pastel de papa y lomo, con el diferencial de la carne cortada a cuchillo. La siguiente cazuela fue de vegetales rústicos, donde el efecto del horno le dio un sabor especial sobre todo al choclo, las zanahorias y la cebolla. Para el final, la que de movida me llamó la atención por su originalidad: batatas glaseadas con miel y almendras. El glaseado de la miel hace que el sabor de por sí dulce de las batatas resalte todavía más. Todo esto estuvo acompañado por un Fond de Cave Cavernet Suavignon seleccionado de la bastante corta y muy mejorable carta de vinos con precios acordes al lugar ($59 el vino elegido).
A pesar de no haber degustado ninguno de los postres, la carta se presenta más tradicional porteña, con opciones típicas de la cocina autóctona como la mazamorra con leche y el dulce de cayote con queso.
Por el equivalente de lo que cuesta la entrada para cualquier espectáculo tanguero de la ciudad ($90 por persona), en Club Porteño se puede disfrutar del mismo show (sólo los Viernes y los Sábados) durante una cena que por sí sola vale la pena probar.
Club Porteño
Olga Cossettini 1545
Teléfono: (011) 4311-1229
Les dejo una yapa kiosquera al mejor estilo Alejandro Maglione: esta semana probé el nuevo invento de los amigos de Cachafaz, el alfajor de mousse que sorprende no por sabor, sino por su empaque casi idéntico al viejo alfajor de mousse ya desaparecido de Suchard:
Más allá de la estrategia de marketing de los creativos de Cachafaz para captar desprevenidos que crean que este alfajor es una reedición del viejo clásico, la realidad es que muy poco tiene del sabor original del alfajor de Suchard así que quedan advertidos para que no caigan en el engaño.
"Muy poco tiene del sabor original". Nadie come un Suchard desde hace mil años, en serio te acordás del sabor original? Qué paladar memorioso! Jaja :)
ResponderEliminarQue mala noticia la de DF. Nos encantaba ir más que nada por la ubicación. Tendremos que probar en club porteño.
ResponderEliminarMuy trucho el envoltorio del cachafaz, alta traición al Suchard (se me cae una lágrima...)