lunes, 30 de mayo de 2011

Club Porteño (con yapa)

Creo que no existe peor sensación que la que se experimenta al ir a un restaurante antojado (como me suele pasar) y, al llegar, descubrir que lo que supo ser un local lleno de gente y mozos yendo y viniendo ahora no es más que un lugar vacío con los restos de lo que en algún momento supo ser una barra y alguna que otra silla rota abandonada. Algo similar a esta escena experimenté esta semana cuando intenté ir al no tan viejo pero bastante querido DF, aquel restaurante de comida mexicana un poco venida a menos pero con una ubicación envidiable frente al río, del otro lado de los diques del sur de Puerto Madero.
La buena noticia de todo esto es que el hecho del cierre fue el puntapié inicial para conocer otro lugar, promocionado en carteles pegados en los ventanales, invitando a seguir degustando la comida mexicana que allí solían servir en un lugar emplazado a no más de unos metros. Ya en el baile, decidí bailar.
Lo primero que sentí es un deja vú: sabía que este lugar no tenía casi nada que ver con el anterior, pero las mesas exteriores y el techo con alguna similitud notoria me hacían sentir por algún instante en el viejo DF. Esta sensación quedó extinta una vez dentro del local, notablemente más chico y con una decoración más sobria, en parte gracias al mobiliario de madera oscura y a la gran vinoteca ubicada en el centro del local que le resta algunos cubiertos de los ya bastante pocos que tiene, en comparación a cualquiera de los restaurantes del lado de Moreau de Justo. Dentro de este ambiente casi tradicional  se destaca de manera excepcional el horno de barro estratégicamente ubicado junto al ventanal que da al río, anticipando antes de leer la carta por donde vienen las especialidades de la casa.
Una vez ubicados junto al ventanal y cerca del horno, tuve un nuevo deja vú en el momento que el muy esmerado mozo nos dio la carta mientras degustabamos el trago de cortesía a base de Campari (main sponsor del local): esta vez la sensación era la de estar en Las Cholas de Las Cañitas. Es notable la similitud de la propuesta, mezcla de parrilla tradicional y algunas excentricidades, en este caso representadas por las tan promocionadas fajitas de DF. Sin embargo, el foco de la carta se centraba, como se suponía que iba a ser, en el horno de barro.
De las varias opciones más que interesantes probamos tres cazuelas. La primera fue un pastel de papa y lomo, con el diferencial de la carne cortada a cuchillo. La siguiente cazuela fue de vegetales rústicos, donde el efecto del horno le dio un sabor especial sobre todo al choclo, las zanahorias y la cebolla. Para el final, la que de movida me llamó la atención por su originalidad: batatas glaseadas con miel y almendras. El glaseado de la miel hace que el sabor de por sí dulce de las batatas resalte todavía más. Todo esto estuvo acompañado por un Fond de Cave Cavernet Suavignon seleccionado de la bastante corta y muy mejorable carta de vinos con precios acordes al lugar ($59 el vino elegido).
A pesar de no haber degustado ninguno de los postres, la carta se presenta más tradicional porteña, con opciones típicas de la cocina autóctona como la mazamorra con leche y el dulce de cayote con queso.
Por el equivalente de lo que cuesta la entrada para cualquier espectáculo tanguero de la ciudad  ($90 por persona), en Club Porteño se puede disfrutar del mismo show (sólo los Viernes y los Sábados) durante una cena que por sí sola vale la pena probar.

Club Porteño
Olga Cossettini 1545
Teléfono: (011) 4311-1229

Les dejo una yapa kiosquera al mejor estilo Alejandro Maglione: esta semana probé el nuevo invento de los amigos de Cachafaz, el alfajor de mousse que sorprende no por sabor, sino por su empaque casi idéntico al viejo alfajor de mousse ya desaparecido de Suchard:
Más allá de la estrategia de marketing de los creativos de Cachafaz para captar desprevenidos que crean que este alfajor es una reedición del viejo clásico, la realidad es que muy poco tiene del sabor original del alfajor de Suchard así que quedan advertidos para que no caigan en el engaño.

martes, 17 de mayo de 2011

Salgado Alimentos

Esta época del año, en donde el frío comienza a azotar con más vehemencia, provoca que la sangre italiana perdida entre alguno de mis ancestros primordialmente de la Europa más oriental brote en mí y me genere unos irrefrenables antojos de comer pastas. En apariencia, esto no debería ser un problema en un país en donde la población se divide prácticamente en partes igual de descendientes de italianos y españoles. Sin embargo, la cocina italiana se ha commoditizado tanto que hoy en día es muy difícil encontrar alguna propuesta que vaya más allá de una salsa Alfredo o alguna variante del clásico tuco adornada con albahaca y tomates secos.
Embanderado en esta cruzada, me aventuré un tanto temeroso (reconozco que la estética un tanto naif de su sitio web por un instante me hizo sospechar de que en realidad se trataba de algún lugar naturista o veggie) hacia Salgado Alimentos. Alejado del polo gastronómico palermitano (para muchos ubicado en Palermo Queens, para mí en el más tradicional Villa Crespo) me encontré con una fábrica de pastas de las de antes (con tablero negro de letras individuales como se estilaba publicar los precios en los viejos almacenes y clubes de barrio) reconvertida en restaurante con no más de 20 cubiertos donde la esencia del lugar es el mostrador / heladera atiborrado de botellas de vino, paquetes de fideos y con pizarras mostrando las distintas sugerencias semanales.
Más allá de los detalles cambalachescos del lugar, claramente el esfuerzo ahorrado en ambiente y decoración se invirtió de lleno en el armado de la carta. Cada uno de los folios que la conforman describe una gran variedad de platos a base de productos no tan tradicionales y combinados de manera más que original. Algunos ejemplos son los raviolones de batata y almendras a los cuatro quesos y los ñoquis de mostaza ahumada con tomates, aceitunas negras, alcaparras, albahaca y ajo que pedimos. Ambos platos  estaban muy bien elaborados y cada ingrediente aportaba su clara cuota de sabor y aroma (de hecho, el recuerdo de la mostaza ahumada me duró hasta el día siguiente). Otras opciones que también sonaban interesantes eran los raviolones de asado rostizado y provolone o los agnolotis de cordero y menta. Como alternativa para aquellas personas no tan fanatizadas con la pasta, existen opciones como el kebab de ternera con queso crema con menta y tabule o el curry de pollo con  leche de coco que por lo menos sonaban interesantes y originales.
Si bien las opciones en materia de vinos son acotadas y bastante tradicionales, hay que reconocer que en la mayoría de los casos el precio es bastante bueno, como fue el caso del Benjamín Nieto Cabernet Suavignion que nos pedimos a $39.
La originalidad de los principales se diluye cuando llegamos a los postres, donde lo único que se diferencia es la chocotorta (que por la estética del lugar me parece una idea maravillosa como para cerrar una cena familiar o entre amigos).
Sin lugar a dudas me parece que Salgado Alimentos ofrece en un ambiente cálido y en parte nostálgico una cocina muy bien elaborada con ingredientes muy originales y combinados de manera excelente que tranquilamente le puede hacer frente a otros exponentes de la vera cucina italiana, en donde seguramente nos cobrarán bastante más que los $65 por cabeza que pagamos en Salgado Alimentos. Como dice el slogan de su menú: panza llena, corazón (y billetera agregaría yo) contento.

Salgado Alimentos
Ángel Carranza 1875
Teléfono: (011) 4854-1336