lunes, 29 de agosto de 2011

La Casa Polaca

Como ya se habrán dado cuenta, tengo una tendencia hacia lo étnico que cada tanto me lleva a probar especialidades de distintas culturas. Sin embargo, me sentía un poco en deuda con mis antepasados polacos. A pesar de no ser un gran fanático del chucrut (según dicen, el que prepara mi señora madre es anecdótico), y habiendo visto algunas fotos del lugar en Internet que describían lo más próximo al restaurante de un club barrial, junté coraje y decidí honrar a mis antepasados.
Lo primero que descubrí al llegar es que el restaurante se encuentra situado detrás de un hermoso edificio colonial que hace las veces de la Embajada de Polonia, el cual fue refaccionado hace un par de años. Como parte de esos arreglos, el restaurante pasó de estar en el subsuelo del edificio a un nuevo local construido en el patio posterior. El cambio, por lo que vi en las fotos del local anterior, fue radical y, para mi gusto, muy positivo, aggiornándose al nuevo público palermitano que debe comenzar a frecuentarlo con mayor asiduidad (no era el caso ya que tirábamos el promedio considerablemente hacia abajo). En este nuevo salón distribuido en L y vidriado en todo su frente predominan los tonos rojizos y blancos con algunos detalles que sobresalen como el piano situado junto a la barra (los fines de semana hay show en vivo) y las distintas fotografías y cuadros traídos desde su Polonia natal por Antos Yaskowiak, alma mater del restaurante que, al saludo de “Buenas y Santas”, nos acompaña hasta nuestra mesa y se encargará de cada detalle durante toda la velada.
La carta presenta una variedad de opciones que no esperaba encontrar, con diversas opciones de entradas frías y calientes y principales que incluyen tanto pastas como opciones de carnes y pescados. Mientras disfrutábamos de los panes negros con miel y nueces untados con un queso cremoso saborizado con mostaza, terminamos de inclinarnos por los piegori (una especie de ravioles con forma de semicírculos) de queso y papa con goulash y las costillas de cerdo  a la frambuesa con papas noissette. A pesar de que la carne del goulash estaba un tanto dura para mi gusto, los piegori estaban deliciosos sin exceso de aceite (quienes hayan probado los varénikes de Il Gran Caruso sabrán de qué les estoy hablando). Las costillas de cerdo estaban cortadas bien gruesas, como a mí me gusta para evitar que la carne no se seque, y la salsa de frambuesas se notaba que era casera sin ningún aditivo. Un manjar como pocas veces he probado. No habiendo quedado lo suficientemente pipones, y para seguir en la tónica de los frutos rojos, pedimos de postre un tarta de queso con pasas de uva (de tamaño más que generoso) con charlotte de frambuesas.  A pesar de que la “charlotte” era la misma salsa que acompañaba las costillas de cerdo, la combinación con el queso era excelente.
La carta de vinos queda un poco corta para la variedad de opciones que presenta la carta, aunque en un rango de precios razonable. Para acompañar la cena pedimos un Alta Vista Premium de 375 cc a $50 (la botella de 750 cc estaba $75).
La Casa Polaca resultó ser una grata sorpresa a $115 por persona (vale la pena aprovechar el 20% de descuento con Club La Nación) a la cual seguramente volveremos para seguir honrando las habilidades culinarias de mis antepasados.

La Casa Polaca
Jorge Luis Borges 2076
Teléfono: (011) 4899-0514

jueves, 18 de agosto de 2011

Social Paraíso

Creo (estoy convencido diría cualquier político en estos tiempos electorales) que una de las mejores formas de descubrir es aplicando la filosofía Lita de Lazzari (rememorando la máxima “Camine señora, camine”). Con la oferta gastronómica actual es prácticamente imposible estar al tanto de todas las novedades de este rubro tan dinámico. No tengo una estrategia muy definida, simplemente me dejo llevar por mi instinto que muchas veces funciona mejor que mi lógica. Este extraño comportamiento me ha llevado a deambular por Palermo y descubrir lugares como Social Paraíso, que desde el enorme ventanal que ocupa todo el frente despierta mi olfato intuitivo.
Una vez que el encargado del lugar nos abrió la puerta y franqueada la pregunta en clave “¿tienen reserva?” (no intenten ir un fin de semana a la noche sin reserva como lo hicimos nosotros en una ocasión previa porque casi que te terminan sugiriendo que ni siquiera vale la pena que te gastes esperando), pudimos confirmar el estilo simplista que le da el blanco predominante a todo el lugar y que permite que se destaquen algunos elementos (al estilo Caseros, pero en menor medida) como el mobiliario y, por sobre todas las cosas, la cocina detrás del mostrador de roble, atiborrada de gente (contamos por lo menos 5 personas en la cocina para no más de 40 cubiertos). Será por un tema de gustos, pero me dio la sensación de que lo único que desentonaba en toda esta escena era la música tropical que nos acompañó toda la noche, haciéndonos debatir en algún momento si lo de Social sería por el Club Buena Vista.
Una vez instalados en nuestra mesa junto al mostrador, lo primero que nos llamó fue la servicialidad y buena predisposición de los mozos (a pesar de que son solo dos, ambos estaban muy atentos a que no nos faltase nada). Esta preocupación por el servicio  combinada con la atención que evidentemente le ponen a la cocina (no por nada tienen 5 personas en la cocina para preparar todo en el momento) nos permita disfrutar de pequeños detalles como el aperitivo: una para mi sorpresa muy rica sopa de hinojo servida en un pocillo de café. Mientras disfrutábamos de esta deliciosa cortesía, me llamó bastante la atención encontrarme con una carta un tanto corta y, por sobre todo, una gran disparidad de precios entre las carnes y el resto de los platos (en algunos casos de casi el doble). La altura del mes en la que nos encontrábamos nos hizo optar por el risotto de limón y perejil con unos langostinos de un tamaño más que generoso, difíciles de encontrar incluso en restaurantes “di mare”. La otra elección fueron los sorrentinos rellenos de hongos con fondue de tomates y albahaca. Más allá de lo pretencioso del nombre (la salsa era simplemente salsa de tomates con albahaca), la pasta estaba un tanto falta de cocción.
La carta de vinos es coherente con el menú y presenta etiquetas más bien tradicionales, tales como Luigi Bosca, Trumpeter, Ricardo Santos y Nieto Senetiner, entre otras. Optamos por un Las Perdices Malbec 2010 a $63 (lo elegimos por la grata experiencia que habíamos tenido con el Cabernet Suavignon, pero notamos a este Malbec carente de la personalidad que tiene el Cabernet).
Casi abatidos, salteamos el postre y el café y fuimos directamente a los números: $90 por persona. Creo que la ecuación precio calidad termina siendo positiva aunque volvería sólo ante una renovación de la carta principal para darle una merecida segunda oportunidad.

Social Paraíso
Honduras 5182
Teléfono: (011) 4831-4556

miércoles, 10 de agosto de 2011

Café Rivas

Una noche de viernes de Julio cualquiera, inundados por el misticismo de época que nos abordó luego de una visita guiada al Palacio Barolo (un edificio increíble ubicado a mitad de camino entre el Congreso y la Casa Rosada y que ofrece una vista espectacular de la Plaza de Mayo de noche), decidimos que el mejor destino para continuar nuestra aventura era San Telmo. Luego de unas cuantas vueltas sin rumbo fijo y un tanto hastiados de las ofertas del estilo “cena + show de tango”, cuando estábamos al borde de darnos por vencidos, recaímos en la esquina de Estados Unidos y Balcarce, donde nos llamó la atención la calidez de la iluminación y el estilo que se podía apreciar de este pequeño (a mi gusto mal llamado) café.
Inaugurado hace apenas un año, Café Rivas combina un pequeño restaurante en su planta baja con un café concert ubicado en el primer piso. No tuvimos la oportunidad de conocer “Arriba de Rivas” (nombre original del café concert) donde según pudimos averiguar se presentan ocasionalmente artistas de la talla de Rita Cortese. Afortunadamente, parte del espíritu artístico permea al restaurante en donde desde el momento en el que uno ingresa al local se siente, como el personaje de Owen Wilson en Medianoche en París, transportado a la París de los años 20. Esta atmósfera se percibe en cada detalle de la ambientación del salón donde predomina la madera y los tonos pasteles que le aportan calidez durante el día e intimidad durante la noche. Sin lugar a dudas, el mejor para apreciar todo esto es desde las pocas mesas ubicadas en el balcón del entre piso, donde también se ubica la banda que nos acompañó con su jazz y blues durante toda la velada.
Una vez situados en nuestra ubicación privilegiada, nos dejamos llevar por la amabilidad de un servicio casi perfecto, colmado de pequeños detalles: mantelería y vajilla de primera calidad, panera con buena variedad de panes con queso saborizado para acompañar, aperitivo a base de Campari y naranja y entrada de cortesía mientras se espera la comida. Todo supervisado por un mozo que, a pesar de su evidente juventud, mostraba más atención de la que uno hubiera esperado (sobre todo considerando la presencia de la escalera que nos separaba de la cocina en la planta baja).
La carta, si bien se presenta corta, posee algunas entradas y tapeos interesantes y varios platos de distintas carnes y pastas. La oferta gastronómica es más bien simple y con opciones en algunos casos más aptas para un menú diurno que para la noche (como es el caso de las milanesas por ejemplo). Sin embargo, a pesar de esto, se nota que la materia prima es de primera calidad y la presentación de los platos enaltece la simpleza de los mismos. Pedimos los ñoquis de papa con queso brie y la sugerencia que nos hizo el mozo: un cordero braseado con salsa de hongos. La carta de vinos, corta al igual que la de platos, presenta bodegas interesantes como Ruca Malen o Weinert. Sin embargo, faltarían opciones más económicas ya que el precio de los vinos termina desentonando mucho con el valor de los platos (pedimos un Weinert Merlot a $80).
Una propuesta muy interesante para disfrutar en cualquier momento del día (abre sus puertas desde las 9:30 AM de manera continuada hasta la noche) con precios que resultan siendo bastante equilibrados (la cuenta termina dando cerca de $90 por persona en efectivo, con un servicio de mesa “simbólico” de $5) y una propuesta artística que se complementa a la perfección con la estética del lugar.

Café Rivas
Estados Unidos 302
Teléfono: 4361-5539

lunes, 11 de julio de 2011

Aldo's

Si hay algo que me gusta casi tanto como disfrutar de una rica comida es tomar un buen vino. La diferenciación que hago entre la comida y el vino se da principalmente por lo difícil que me resulta “maridar” ambos placeres en un mismo lugar. El mercado enogastronómico de hoy en día se encuentra excesivamente profesionalizado, a tal punto que en las cartas de los distintos restaurantes a los que voy me aburro de terminar encontrándome siempre con los mismos vinos de las grandes bodegas. Si a esto le sumamos el sobreprecio que se tiene  que pagar para tomar un vino convencional, la ecuación no termina de cerrar por ningún lado.
Hecha esta introducción, imaginen la poca resistencia que mi espíritu aventurero puso ante la recomendación de una nueva vinoteca con un restorán (tal cual se lee en su tarjeta de presentación) que abrió hace pocos meses sus puertas en San Telmo y que pregona ofrecer vinos para consumir en el local a precio de vinoteca.
A pocos metros de Paseo Colón, sobre esta cuadra de la calle Moreno donde lo único que se destacaba hasta hace pocos meses era el hotel boutique Moreno, ahora se lleva toda la atención esta vinoteca que por fuera no tiene nada que envidiarle a los mejores lugares de Palermo. Sin embargo, una vez atravesada la imponente entrada, queda más que claro que en el lugar de engañosas dimensiones (el espejo ubicado estratégicamente en el fondo de uno de los laterales de la barra da la sensación de que fuese el doble de grande) lo que predominan son los vinos, todos prolijamente ubicados en cada una de las paredes con luces que provocan que se destaquen todavía más.
Evidentemente, este lugar está manejado por profesionales, entre los que se encuentra el sommeliere Aldo Graziani, quién transmite su preocupación permanente por cada detalle del servicio a los clientes (no fue nuestro caso ya que estaba un tanto ocupado agasajando a Osvaldo Gross y Dolly Irigoyen). Esta dedicación repercute directamente en la atención de cada una de las personas con las que actuamos durante toda la velada, quienes demostraron estar más que a la altura de lo que pretende transmitir el lugar, aunque reconozco que a veces rozando la molestia por su premura a la hora de levantar la mesa o llenar las copas de vino.
Dicho esto, es para destacar la posibilidad de poder disfrutar una de sus más de 400 etiquetas presentes en la carta de vinos (es una forma de llamar al cuadernillo que hace las veces de carta, perfectamente presentado por cepa y ordenado por precio ascendente), en un ambiente muy agradable y con una carta con varias opciones para acompañar los distintos momentos del día (la vinoteca tiene horario continuo desde las 7 hasta las 24, con una carta que varia y acompaña cada momento del día). Sin embargo, en el caso puntual de la cena, más allá de algunas entradas interesantes (pedimos una ensalada de peras doradas con garrapiñada de avellanas, queso azul y rúcula y una provoleta de cabra con ensalada de tomates cherrys y rúcula; ambos platos muy originales, bien elaborados y sobre todo sabrosos), los principales son a mi gusto preparaciones un tanto básicas para la sofisticación del lugar (los platos elaborados son  solo pastas en donde el único que me llamó la atención fue los ravioles de mascarpone). Lo mismo ocurre con los postres, en donde además hay que sumarle alguna inexperiencia en la elaboración asumo propia de la juventud del lugar (pedimos un volcán de chocolate que, luego de la confesión por parte de la moza de que hubo algún intento fallido durante la cocción, vino un tanto desarmado y con el chocolate desparramado alrededor del volcán).
Toda la comida la acompañamos con un Casa Boher Malbec 2004 (una joyita a $58). También existe una interesante oferta por copa de vinos que en otro lugar no se podrían disfrutar a no ser que pidamos la botella entera.
Aldo’s viene a cubrir un nicho de mercado que hasta el momento estaba desatendido con una propuesta ambiciosa (están en proceso de expansión con por lo menos dos locales más proyectados) y a precios razonables como ellos mismos se jactan (aproximadamente $100 por persona), sustentada principalmente en su gran oferta de vinos y una cocina que aunque no se destaca, cumple el rol de reparto que le toca jugar.
Aldo’s
Moreno 372
Teléfono: 5291-2380

lunes, 4 de julio de 2011

Narbona

Una infancia plagada de maquetas que felizmente me dedicaba a destruir cada vez que mi hermana aprobaba un final hizo que permeara algo del gusto por la arquitectura en mí. De otra forma, no tengo forma de explicar el interés recurrente en participar de cada edición de Casa FOA. Como viene sucediendo en los últimos años, la exposición se instala en lugares alternativos que luego terminan cumpliendo algún otro fin (por ejemplo, la edición de 2010 fue en el complejo “La Defensa”, hoy reconvertido en un hotel boutique), con la particularidad que la instalación incluye algún restaurante que sobrevive a la muestra (en esa misma edición, el exponente fue La Panadería de Pablo Massey).
En 2008, sirvió de excusa para la inauguración de los Mercados del Delta, la nueva sección del Puerto de Frutos en donde se ubica desde ese entonces Narbona. Esta  bodega y granja originaria de Carmelo que cuenta con más de 100 años de historia del lado oriental del Río de la Plata, decidió aprovechar la ocasión para abrir su primer local fuera de Uruguay (cuentan con otro en Punta del Este).
Con la estética de un bistró francés (de donde adopta una gran barra de madera ubicada ni bien se ingresa al restaurante) inmerso en un almacén (donde, a diferencia del ambiente bistró, se destaca el blanco y el ventanal que permite apreciar las máquinas para elaborar yogurt y dulce de leche), lo primero que uno aprecia en este restaurante de no más de 30 cubiertos es que todo ahí es Narbona. Desde los vinos ubicados detrás de la barra y flanqueados por un sinfín de botellas que cubren las paredes hasta las latas de aceite,  dulces y fideos que cubren todas las paredes del almacén llevan como marca distintiva la elaboración artesanal de cada uno de estos productos.
La carta del mediodía (de noche la propuesta es más compleja) se presenta simple y con pocos platos, como induciendo a disfrutar de un almuerzo liviano frente al río. De las opciones más elaboradas pedimos los riñoncitos y mollejitas salteados con ensalada de rúcula y queso parmesano (las otras dos opciones son una porción de queso brie rebozado con semillas de sésamo y ensalada de rúcula e higos y una trucha asada). También probamos lo que a mí entender es el fuerte de la carta: tanto los ravioles de espinaca con aceite de oliva y rúcula como las cintas secas con salsa rosa permitían confirmar la buena calidad de las pastas que allí se elaboran. Adicionalmente se puede disfrutar de pizzas y picada de fiambres y quesos, obviamente caseros. Todo esto acompañado por un Malbec 2007 Narbona (aunque hacen un poquito de trampa porque los viñedos son mendocinos y el winemaker es Michelle Rolland) a $75. El café Nespresso debe ser de los pocos productos no elaborados por ellos mismos.
Me fui muy conforme con la versión diurna de este restaurante enfocado en la calidad de sus productos por sobre la complejidad de los platos a precios muy convenientes por tratarse de productos casi artesanales (promedio de $70 por persona). Sin lugar a dudas, cuando el clima se torne más agradable, volveremos para disfrutar de una cena a la vera del río y con la esperanza de que al agregarle complejidad a la carta, se mantenga la misma calidad de sus productos.

Narbona
Los Eucaliptus y Los Sauces Locales 3 y 4 Puerto de Frutos, Tigre
Teléfono: 4897-6249

lunes, 27 de junio de 2011

Benihana

En medio de la fiebre de franquicias norteamericanas que se instalan en nuestro país (ya sea primerizas como Starbucks o reincidentes como el caso de la inminente reapertura de Wendy’s), hubo una que pasó casi inadvertida por su prácticamente nulo conocimiento a nivel local (comparada con monstruos como Mc Donalds y Pizza Hut, por ejemplo) pero que es un fuerte exponente de la comida asiática en EE.UU. (de hecho, cotiza en el NASDAQ). Con la idea de revertir esto rápidamente, Benihana se instaló en la estratégica esquina de Coronel Díaz y Arenales del Alto Palermo, justo entre otros dos colosos gastronómicos: Friday’s y Starbucks.
Como buena cadena yankee, mantiene ciertas premisas como grandes salones con mesas y boxes y un ambiente por lo general que tiende a ser un tanto oscuro. Sin embargo, hay algo que diferencia a este restaurante del resto (tanto de las cadenas como de la oferta más autóctona) y es el método teppanyaki que pregonan. Consiste en la preparación de los platos (por lo general salteados y arroces revueltos) sobre planchas (denominadas hibachi) en las que los comensales (en el caso de Benihana, hasta 8 personas) se sitúan alrededor de la misma para apreciar la destreza del cocinero. Más allá del riesgo de recibir alguna salpicadura de aceite ocasional y el olor a humo impregnado en la ropa, el show en sí es algo que vale la pena apreciar y distinguen a este lugar del resto.
Como llegamos bastante temprano y no teníamos muchas ganas de esperar a seis desconocidos para poder disfrutar del teppan, optamos por sentarnos en una mesa tradicional y probar el sushi del lugar. Mientras escudriñábamos la carta de rolls, pedimos dos tragos como para entrar en calor: el Benihana Punch (ron, licor de duraznos y frutilla, sour mix, jugo de naranja y jugo de ananá) y el Exotic Mojito (malibú, pulpa de ananá, pulpa de mango y menta macerada en limas). Para los que le gustan los tragos frutales como a mí, ambas opciones superaron ampliamente mis expectativas.
Ante la gran variedad de rolls y la poca oferta de combinados chicos que contengan estos rolls, optamos por un combo de salmón de 20 piezas bastante estándar (formado por sashimis, nigiris y New York y Philadelphia rolls). En general, el sushi es mediocre tirando a malo: el salmón es rico, pero el arroz estaba mal cocido y los rolls tenían ingredientes atípicos como zanahorias naturales que los hacían demasiado crocantes para mi gusto. Con la expectativa de revertir la pobre experiencia del sushi, pedimos un creme brulee que no hizo más que recordarnos que no hay que pedir este postre en otro tipo de restaurante que no sea francés (y hasta incluso en algún que otro francés muchas veces deja bastante que desear). Luego de una espera de por lo menos media hora, nos trajeron una creme brulee fría, con el caramelo líquido encima  (sin flambear a pesar de que en la carta aclara que viene flambeada) y con gusto a cardamomo (en la carta no aclara que es saborizada). Por suerte, luego del reclamo tuvieron la “gentileza” de sacarla de la cuenta que nos trajeron casi de manera instantánea.
Lo único destacable, en sintonía con los tragos del inicio, es la interesante carta de vinos, aunque todas botellas de más de $60 (pedimos un Animal Malbec a $78).
A pesar de que no me pareció excesivamente caro (pagamos $130 por persona), creo que Benihana está más orientado a un público turístico dispuesto a pagar este precio por el show, sin poner demasiado foco en la calidad de la comida.
Benihana
Arenales 3310
Teléfono: 0810-345-BENI (2364)

lunes, 13 de junio de 2011

Marcelina & Garcia

El resultado de caer en un  lugar como La Cabrera cualquier mediodía de domingo sin reserva es una espera de no menos de media hora, con suerte. Luego de entretenerme un rato contando la cantidad de brasileros que identificaba a simple vista en la misma situación que nosotros (¿quién va a los restaurantes de Puerto Madero hoy en día si TODOS los brasileros andan desperdigados por Palermo?), la ansiedad que me genera cualquier espera me hizo caminar un poco por Cabrera. A pocos metros me sorprendió toparme con una especie de almacén que no había visto nunca. Al acercarme un poco más, me di cuenta de que no se trataba de ningún deli fashion palermitano (debe haber sido la descripción “Harina y Pastas” la que me confundió), sino de un muy pintoresco restaurante de pastas. Hasta allí llegó mi espíritu intrépido de aquel día ante el llamado de la cuasi maître de la Cabrera. Luego de un poco de investigación googlelística, descubrí que el emprendimiento estaba a cargo del mismo dueño de La Cabrera (Gastón Rivera por si a alguien le interesa el dato). No pasó más de una semana para que me encontrase cenando en Marcelina & Garcia.
Lo primero que pude confirmar desde adentro del restaurante era la ambientación muy cuidada en cada detalle (incluso, más que en La Cabrera donde a veces roza lo cambalachesco), en donde el blanco y el amarillo son los colores por excelencia. Abundan los palos de amasar, los cucharones, las espumaderas, los paquetes de fideos De Cecco y las salsas de tomate saborizadas ya conocidas de La Cabrera, todo prolijamente distribuido a lo largo y ancho del pequeño salón (en total no tiene más de 80 cubiertos).
Lo siguiente que hay que destacar en esta inevitable comparación es el uso de la misma fórmula: a pesar de haber cambiado el tipo de gastronomía, la esencia en el cuidado por ciertos detalles se mantiene. Desde los separadores de mesas que aíslan de los vecinos (en Marcelina & Garcia por lo menos son de mimbre y no de lona como en La Cabrera) y la presentación de la mesa (los más pintorescos broches reemplazan a los stickers que mantienen cerradas las servilletas sobre el plato) hasta los chupetines que vienen con la cuenta, pasando por las entradas (en nuestro caso fue una degustación de papines, granos de choclo con una especie de salsa blanca y tomates secos macerados) y las cazuelas que acompañan cada plato (aunque admito que en este caso el maridaje me suena un poco más forzado).
Yendo al quid de la cuestión, al momento de leer la carta, tengo que admitir que me decepcionó un poco. Por más que la calidad de las pastas De Cecco sea intachable, me hace bastante ruido ver fideos “de paquete” en un restaurante de estas características. Sin embargo, también existen opciones caseras, pero ningún plato se destaca por pastas o salsas originales que no podamos conseguir en alguno de los otros cientos restaurantes de pastas que existen en la ciudad. Si a esto se le suma el aviso de la abundancia de los platos (existe la opción de pedir medias porciones pero la cobran al 70% del valor de la carta, peculiar forma de dividir tiene esta gente), las opciones quedan reducidas prácticamente a unos fideos con tuco. Más allá de esta exageración, pedimos dos (casi) medias porciones de agnolotis de espinaca con manteca de hierbas y fusiles a la crudaiola. De las cuatro cazuelas disponibles (salchichas parrilleras, pulpetines de carne al pomodoro, brócolis salteados con ajos y la cazuela vegetariana) elegimos los vegetales y los pulpetines aunque esta última tenía una pinta de salchichas parrilleras increíble (se ve que no valió la aclaración que le hicimos al mozo corrigiéndolo al momento de tomar el pedido).
Para destacar el detalle del trago a base de champagne, malbec y naranja para limpiar los sabores de la boca mientras se elige un postre. En nuestro caso optamos por ir directo al café, acompañado por dos bocaditos de chocolate que parecían todavía más minúsculos de lo que eran sobre el recorte de mármol en el que venían presentados.
Retomando (y para cerrar) la comparación, la carta de vinos es un buen recorte de la de La Cabrera, con precios similares (pedimos un Nieto Senetiner Malbec a $67).
Sinceramente me fui un poco decepcionado ya que pagamos como si hubiésemos comido en La Cabrera ($ 100 por persona) pastas que son claramente superadas por opciones similares en precio (Bruni es un claro ejemplo) e incluso  considerablemente más económicas (como es el caso de Salgado Alimentos). Al César lo que es del César.
Marcelina & Garcia
J.A. Cabrera 5065
Teléfono: (011) 4832-2259