martes, 12 de octubre de 2010

Cornelio

Me reconozco como un despistado. Esta cualidad de mi personalidad produjo que el hallazgo de esta joya de la gastronomía ubicada en Zona Norte se demorara debido a una serie de desencuentros producidos además por la falta de información disponible sobre esta casona mediterránea ubicada a la vera de la ruta Panamericana, casi escondida detrás de uno de los tantos puentes que la cruzan  (sé que suena a justificación, pero la realidad es que esto hace parte del encanto que no tienen otros lugares de la zona como puede ser La Porteña que de tan exhibido hace que sea prácticamente imposible conseguir un lugar en tiempo razonable de espera si se llega después de la una).
Una vez que finalmente logré llegar, el primer pensamiento que se me cruzó por la cabeza fue si valió la pena el viaje considerando la austeridad de la edificación (nada de acceso asfaltado ni mucha parafernalia palermitana en el frente del local generan cierto resquemor inicial). Sin embargo, ese prejuicio queda completamente eliminado una vez que se traspasa la vieja puerta de entrada: la vista del salón principal a la izquierda, un patio colonial al frente y un salón ambientado para celebraciones especiales a la derecha confirman la sensación de estar en un lugar fuera de los denominados tradicionales. El lugar transmite una calidez que se potencia por el trato cordial y ameno brindado por los distintos integrantes de la familia a cargo del restaurant con los que uno interactúa a lo largo de la velada.
El ambiente general se podría describir como un collage de elementos que van desde la ambientación general de cada ambiente hasta las sillas y las copas de cada mesa. Esa diversidad es lo que lo convierte en un lugar tan especial donde cada espacio genera una atmósfera de intimidad muy particular. Mi recomendación es visitarlo tanto durante el invierno (el hogar le suma mucho al factor ambiente) como el verano (el patio es muy agradable, sobre todo si se va con niños, aunque la última vez que fui se les dio por cerrar parte del patio con una estructura que produce una sensación térmica similar a la del horno de barro allí presente).
Pasando a lo meramente gastronómico, la carta se caracteriza por una acotada diversidad (pocos platos y casi nula rotación) pero centrada en platos nobles que difícilmente defrauden al comensal. Para destacar el buffet a modo de entrada y como principal mi favorito es la saltimbocca romana de lomo y jamón crudo con salvia. La carta de postres (o la incorporan a la carta o hacen una carta de postres de verdad, pero el papel impreso que tiene también siempre los mismos postres no da) tiene su punto alto en el volcán (tengo una debilidad general por este postre, sepan comprender) y la degustación de postres para compartir entre varios. Para acompañar, café Lavazza bastante fuerte para los que les gusta.
Párrafo aparte merece la carta de vinos, coronada por el piso vidriado en donde se pueden apreciar la variedad de cepas y bodegas que se presentan en una carta muy bien confeccionada y de precios acordes al lugar (hay opciones para todos los bolsillos, todas a  aprecios razonables).
En conclusión, Cornelio seguramente sorprenda a los desprevenidos que no crean que una vieja casona ofrezca una calidez y servicio comparable con muy pocos lugares de la capital.
Cornelio
Ruta Panamericana Km 56 – Ramal Pilar
Teléfono: (02322) 42-3413

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