miércoles, 27 de octubre de 2010

Miramar

Me veo obligado a confesar la subjetividad con la que tomé la decisión de conocer este bodegón (con todas las letras, no como los restaurantes con estilo antiguo de Palermo en los que cada más mínimo detalle tiene una razón de ser). Esta subjetividad radica en el hecho de que gran parte de mi familia es oriunda de esta simpática ciudad costera en la que he pasado la mayor parte de los veranos de mi infancia. Este encanto me llevo hace unos cuantos años atrás a conocer una pizzería de mismo nombre y distintos dueños ubicada en Caballito (Juan Bautista Alberdi al 1300).
No conforme con la decepción de aquellos tiempos, decidí darle una oportunidad a este restaurant de Boedo que muchas veces me habían recomendado pero por cierto prejuicio sobre el promedio de edad de estas personas, recién ahora me le animé. Esta decisión vino acompañada también por la inquietud que me generó una nota publicada en Planeta Joy (10 razones para no ir a comer a un bodegón) en donde Carolina Aguirre hace una crítica que a priori me parecía un tanto despiadada.
En este contexto, aproveché la excusa de un almuerzo laboral para aventurarme en este restaurant sobre la calle San Juan, que evidencia como una de las zonas de la ciudad donde la vanguardia todavía no ha podido vencer al tradicionalismo. Ahora bien, tampoco hay que confundir tradicionalismo con abandono o falta de higiene.  Convengamos que este tipo de construcciones de techos altos que favorecen la ventilación general del lugar generan una gran dificultad para poder mantener la limpieza de todo el techo lo que, complementado con una especie de medias sombras que no me quiero imaginar qué función cumplen, le otorga un tono casi lúgubre a toda la decoración.
El mozo que nos atendió con sus 20 años de trabajo en el lugar, luego de hacernos una breve reseña respecto al nombre del lugar (aparentemente, en la época en que este restaurant fue inaugurado se estilaba ponerle el nombre de ciudades balnearias a los locales de esa zona), nos entregó la escueta carta, armada de manera bastante artesanal sobre una tabla con los nombres de los platos pegados sobre la misma, con alguna intención de que fuesen intercambiables de acuerdo al día.
Como entrada, aceptamos la sugerencia del mozo de la tortilla española, presentada como una de las especialidades de la casa. Lamentablemente, el punto babé se aproximaba más a crudo que cocido, con lo que el único punto destacable era el chorizo colorado.
Para el plato principal, mi espíritu aventurero me hizo optar por un jabalí con papas que era el plato que más resaltaba por sobre el resto de las alternativas, sobre todo por lo aparentemente pretencioso para el estilo de lugar. Pretensión que finalmente se confirmó ya que a mi gusto la carne estaba demasiado cocida y el aspecto morochón de las papas fritas me hizo desconfiar un poco de la calidad y cantidad de usos del aceite para freírlas.
En esta ocasión no probamos ningún vino en particular, pero la carta evidenciaba una amplia variedad de bodegas y varietales todos a muy buenos precios.
En definitiva, a pesar del esfuerzo por ofrecer una carta bastante audaz para este tipo de lugares, Miramar no escapa a las máximas descriptas en el artículo que les compartí al principio del post (principalmente en lo relacionado con el precio, ya que terminamos pagando $75 por persona), por lo que la próxima vez que se me antoje probar algo más tradicional prometo hacer el esfuerzo de contener mis impulsos de aquellas remembranzas del pasado que me puedan llevar a tomar decisiones desventuradas.

Miramar
Av. San Juan 1999
Teléfono: (011) 4304-4261

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